miércoles, 29 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 54

Paula se separó levemente de él, no podía estarse quieta. Pero él no la soltó y siguió agarrando su cintura.


–¿Cómo quieres que me sienta, mamá? Vienes aquí y, antes de preguntarme nada, me acusas de tener una aventura. Creo que no me conoces si piensas que soy capaz de hacer algo así.


–Bueno, claro que no creía que…


–¡Sí que lo creíste! Si no, no habrías salido de aquí como lo hiciste. Creo que debes disculparte con Pedro.


Su madre tragó saliva y respiró profundamente.


–Siento haberle dado la impresión de que pensaba que no estaba haciendo lo apropiado, señor Alfonso.


Pedro asintió levemente.


–Pero lo cierto, Paula, es que estar involucrada con tu jefe me parece una conducta muy inapropiada –repuso mirando de nuevo a su hija.


No podía más. Llevaba treinta y un años callándose y estaba a punto de explotar, ya no le importaba lo que nadie pensara de ella. Se había pasado toda la vida intentando agradar a la gente y eso no le había dado la felicidad. Decidió que nunca volvería a hacerlo.


–Siento que no te guste, mamá. Pero lo que haga con mi vida no es asunto tuyo y puedes guardarte tus opiniones. Si quiero, me quedaré aquí afuera besando a Pedro toda la noche. Y si quiero, lo subiré a mi habitación del hotel para hacer lo que tenga que hacer.


La cara de su madre no tenía precio. Ya se arrepentiría al día siguiente de lo que estaba haciendo, pero no en ese instante. De repente, se sintió genial, triunfante y libre.


–¡Nadie va a impedir que esté con el hombre que…!


Su madre levantó las cejas y Pedro la agarró con más fuerza aún.


–Con el hombre que… –repitió él con voz ronca.


Ella se giró hacia él y lo miró a los ojos. Había decidido no mentir, ya era demasiado tarde para echarse atrás. Se le quebró la voz al hablar de nuevo.


–Con el hombre que amo.



Su madre estaba sin habla. Pero Paula estaba demasiado concentrada en Pedro y su sonrisa tonta para notarlo. Volvió a besarla sin dejar de sonreír. Se imaginó que era una buena señal, que se sentía como ella. Creía que, si él se hubiera asustado al oírla, ya habría salido corriendo del hotel. Él se separó para mirarla y fue entonces cuando Paula vió que su madre se había ido ya. Lo miró a la cara, intentando descifrar si estaba deseando irse. Pero no lo parecía. Pedro la besó con delicadeza en la nariz.


–Sabes que yo también, ¿Verdad? –le dijo.


Ella asintió muy despacio. No podía creerse que un hombre como él pudiera quererla, pero lo que sí sabía era que Pedro Alfonso no era un mentiroso. Él la abrazó y Paula apoyó su cara en el torso. Estuvieron así mucho tiempo, en silencio, como si los dos tuvieran miedo de separarse. De pronto, Pedro se dió cuenta de que Paula había empezado a temblar. No sabía si era por la temperatura, la conmoción o la adrenalina abandonando su cuerpo tras el enfrentamiento con su madre.


–Tienes frío.


–No me sueltes –respondió ella en un susurro mientras lo agarraba con más fuerza aún.


–No creo que pueda –repuso Pedro riendo.

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