lunes, 20 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 36

 –¿Que no tengo valor?


–Así es. Tienes miedo de decirle a la gente lo que de verdad piensas, temes que entonces ya no les gustes. ¡Ya es hora de que lo superes!


Sabía que estaba presionándola demasiado, pero no podía parar.


–¿Quieres saber lo que de verdad pienso?


–Sí, así es.


–Muy bien, muy bien. Un segundo –repuso ella sin poder parar quieta–. Creo… ¡Creo que eres demasiado duro con Valentina!


–¿Demasiado duro?


–Sí.


–¿En qué?


Ella se metió las manos en los bolsillos y se quedó en silencio.


–Vamos, Paula, ¡No te distraigas! No suavices las palabras para que no sean tan duras. Dime lo que de verdad sientes.


Vió el fuego en los ojos de Paula y el estómago le dió un vuelco. Esperaba estar preparado para oír lo que tenía que decirle.


–¡Eres un maniático del control, Pedro Alfonso! Si no te sales con la tuya, te da una pataleta. ¿Por qué crees que Valentina también lo hace? Creo que la estás presionando demasiado para que sea como la idea de una hija perfecta que tienes en la cabeza. Pero ¡eso la está agobiando, Pedro! La estás ahogando. Un día abrirás los ojos y te darás cuenta de que has extinguido la maravillosa chispa que tenía y nunca te lo perdonará. Y tú tampoco podrás vivir con ello. Así que, si eso es lo que quieres, sigue haciendo lo que estás haciendo, pero ¡no esperes que yo me quede aquí para mirarlo!


No había dejado de mirarlo a los ojos mientras le hablaba. Él no podía apartar la mirada, estaba hipnotizado. Fue Paula, finalmente la que dejó de mirarlo para concentrarse en el techo.


–Tienes que darle espacio para que sea ella misma, Pedro. Si la quieres, tienes que darle libertad.


Volvió a mirarlo mientras pronunciaba las últimas palabras. Ya no parecía tan furiosa, pero le costaba respirar. En algún momento, habían dejado de hablar de Valentina. Tras la discusión, la adrenalina aún le recorría el cuerpo. Podía oírla en su interior, golpeándola en los oídos. Y no podía dejar de mirar sus ojos castaños, que esperaban una respuesta. Brillaban con una luz desafiante. Toda ella resplandecía y estaba increíble. Parecía tan viva que la única respuesta que pudo darle fue acercarse a ella para reducir la distancia entre los dos, tomar su cara entre las manos y besarla. Sus labios se juntaron y ella se quedó conmocionada. Había estado a punto de pegarle un puñetazo y, sólo un segundo después, sus manos le acariciaban los hombros. Sabía que no debería estar abrazándolo como lo hacía, que lo correcto era que se separara y le diera una bofetada. Y lo más seguro era que lo hubiera hecho si el beso hubiera sido distinto. Se había acercado a ella con tanto ímpetu que había creído que el beso iba a ser igual, pero se había equivocado.

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