lunes, 13 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 22

Todos necesitaban mantener las distancias. Estaba claro que Pedro necesitaba espacio para aclararse. Ésa era la razón por la que nunca se quedaba con él después de las cenas y ahora ya nunca recogía los platos de la mesa. Volvió a la casa, estacionó y entró. Quedaban siete horas y media hasta que tuviera que ir a recoger a Heather. Parecía mucho tiempo, pero tenía que escribir la lista de la compra y hacer la colada. A las doce del mediodía ya había terminado la lista, hecho una sopa y las camas, organizado el congelador y llevado toda la ropa sucia a la lavadora. Se sentó a la mesa de la impoluta cocina y miró por la ventana. Era un típico día gris de marzo. Aun así, el río y sus orillas vibraban con color. La luz también era maravillosa. Todo a su alrededor la inspiraba. Años atrás le habría faltado tiempo para ir a la playa con sus pinturas. De pronto se dió cuenta de que podía hacerlo, no había nada que la pudiese detener. Echaba de menos sus clases de acuarela. Desde que se divorciara, no había tenido ni tiempo ni dinero para hacer algo así. Pero con Valentina en el colegio toda la semana, tendría la oportunidad de desenterrar su afición por la pintura sin tener que descuidar su trabajo. Se puso en pie, tomó las llaves y fue hasta el pueblo sin dejar de sonreír. Encontró en una pequeña calle una tienda de bellas artes. Salió minutos después de ella con una bolsa llena de pinturas, pinceles, papeles y un montón de ideas en la cabeza. Paseó por el pueblo sin pensar y se encontró de pronto en Bayard’s Cove, un callejón cerca del ferry. Un extremo de la calle daba al río y allí había un viejo torreón que en otros tiempos había servido para guardar la ciudad. Entró en la fortaleza. Había una fila de ventanas desde las que se veía el castillo de Dartmouth. Decidió sentarse en una de esas ventanas. Con las piernas colgando sobre el río, sacó un lápiz y un bloc de dibujo y comenzó a capturar en él todo lo que veía. Estaba en el cielo. Hacía mucho que no hacía algo sólo porque le gustaba. Empezó como un boceto y poco a poco fue añadiendo detalles. Cuando se dió cuenta de que la luz comenzaba a perder color, miró el reloj, eran ya las cuatro de la tarde. Tenía tiempo de ir a casa, dejar las bolsas allí e ir a recoger a Valentina. Miró su dibujo un momento y cerró el bloc. Al volver a casa, se sorprendió al ver el coche de Pedro estacionado delante. Se suponía que no iba a volver hasta las siete. Quería enseñarle lo que había hecho, así que sacó el bloc de las bolsas mientras entraba en la casa.


–¡Hola! –saludó–. ¿Cómo es que has vuelto tan…?


La mirada en la cara de Pedro la dejó sin habla.


-¿Dónde demonios has estado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario