lunes, 20 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 37

Sus labios eran suaves y tiernos. Estaban consiguiendo remover algo mágico dentro de ella. Pedro movió las manos desde su cara al cuello y desde allí se enredaron en su melena. Estaba a punto de derretirse. No tenía otra opción, tenía que devolverle el beso. Y así lo hizo. Todo estaba ocurriendo a cámara lenta. Ella se dejó llevar por el beso y se relajó. Era increíble. El cosquilleo le comenzó en la punta de los pies y ya le subía por las piernas hasta las rodillas. Sabía que no era posible perder el conocimiento por culpa de un beso, pero se sentía perdida. Pedro deslizó su boca desde sus labios al cuello de Paula y ésta cambió de opinión, le pareció completamente posible desmayarse allí mismo. Estaban en perfecta sintonía. Por primera vez en su vida, era como si encajara con alguien. Los brazos de Luke a su alrededor no le eran extraños. Todo era natural, estaba bien. Se olvidó de todas las razones por las que aquello era una locura y se dejó llevar por el puro placer del momento. Un portazo en el piso superior hizo que se separaran como dos adolescentes a los que acababan de pillar besándose. Los dos se miraron con los ojos como platos. Lo único que consoló a Paula fue ver que él parecía aún más sorprendido que ella.


–Valentina –pudo decir ella con dificultad.


Él dejó de mirarla y se concentró en la puerta.


–Sí. Valentina. Es verdad. Será mejor que vaya y…


–Sí, tienes que subir.


Pedro salió deprisa y Paula se dejó caer en la silla más cercana, llevándose una temblorosa mano a los labios, que aún parecían sentir su beso. Se detuvo un instante en el rellano de la escalera. Debía de haberse vuelto loco. Se miró en el espejo de la pared. Tenía un aspecto desencajado. Había besado a Paula. ¡A la niñera! Pero ella no era sólo la niñera. Aunque no sabía qué más era. Lo único que tenía claro era que no podía dejar de pensar en ella. Ahora no tenía tiempo para pensar en eso, tenía que hablar con su hija. La oía llorar a través de la puerta de su dormitorio. Llamó con los nudillos.


–¿Valentina?


La niña no respondió, sino que siguió llorando. Abrió despacio y entró. Estaba tendida sobre la cama, dándole la espalda y abrazando su conejo de trapo.


–Valentina, cariño. Lo siento muchísimo.


Ella levantó la cabeza para mirarlo, parecía sorprendida. No era para menos. Lo normal era que, cuando él le gritaba, desapareciera un tiempo y no volvieran a hablar del tema. Nunca se había disculpado con ella. Le pareció que era una especie de muestra de debilidad o de fracaso y creía que ella no necesitaba ver eso. Ahora se daba cuenta de que había estado muy equivocado.


–Lo siento de verdad, cariño. ¿Me podrás perdonar?


Valentina se sentó y lo miró.


–¿Yo? ¿Quieres que te perdone?


–Sí. Los padres cometen errores a veces, ¿Sabes? Y creo que yo he metido demasiado la pata desde que hemos vuelto a vivir juntos.


Valentina se frotó la nariz y su padre le ofreció un pañuelo.

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