lunes, 13 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 23

No podía creerse que estuviese gritándole a ella. Paula miró por encima de su hombro. A lo mejor había entrado alguien detrás de ella, pero no. Estaban los dos solos.


–¿Y bien? ¿Dónde has estado?


No le salían las palabras.


–He estado dibujando…


No pudo terminar la frase. Lo había visto enfadado durante esas semanas, cada vez que Valentina le hacía perder el control, pero nunca había visto la furia que tenía en ese instante en los ojos.


–¡Sabes que Valentina sale a las tres y media! ¡Espero que tengas una buena razón para dejarla plantada en el patio mientras tú estabas por ahí pintando con lápices de colores!


Pedro le arrebató el bloc, lo miró un instante y lo tiró al sofá. El cuaderno se resbaló y cayó al suelo. Paula no podía moverse del sitio.


–El colegio me llamó para ver por qué nadie había ido a buscarla.


Por fin pudo hablar.


–¡Dios mío! Valentina… –dijo mirando a su alrededor.


Intentó ir hacia la cocina, pero él la detuvo poniéndole una mano en el hombro.


–Ahora estás preocupada, ¿Por qué no estabas así hace una hora?


–Pero… Pero tenía baloncesto.


–¡No, no lo tenía!


–¡Pero siempre tiene baloncesto los lunes! Está allí –dijo señalando la cocina–. En el calendario.


–Esta semana no. Enviaron una carta para decir que la señora Blackwell no iba a poder ir.


–No lo sabía –exclamó ella cubriéndose la boca con la mano.


–¡Tu trabajo es saber esas cosas! –repuso él pasándose las manos por el pelo–. ¿Qué tipo de niñera eres? ¡Esto es increíble!


Paula fue hasta la cocina y miró los papeles que había colgados al lado del calendario. Sólo encontró cartas del coro del colegio, otra con las fechas importantes de ese trimestre y otra sobre los deberes de los alumnos. Volvió al salón y se detuvo frente a Pedro. Él la ignoraba, mirando por la ventana hacia el río.


–Pedro, ¿Dónde está Valentina?


Él se giró y la fulminó con la mirada.


–Cuando llamaron del colegio les dí permiso para que se la entregaran a la madre de Guadalupe. Yo iba a tardar al menos media hora en llegar hasta allí y Patricia Allford se ofreció a darle la merienda. Me pareció la mejor solución para todos.


–Entonces… ¿Volviste a casa para buscarme?


–Pensé que a lo mejor te había pasado algo, que quizá estuvieses inconsciente en el suelo o algo así. Estúpido, ¿Verdad?


Ella cerró los ojos.


–Pedro, lo siento. De verdad. Pero no sé cómo he podido…


–¡Olvídalo!


Pero su mirada le decía que no iba a olvidarlo.


–Voy yo a buscarla, así puedo disculparme directamente con la señora Allford.


Pedro salió al vestíbulo y Paula oyó cómo tomaba las llaves.


–No, voy yo –repuso dando un portazo que la hizo estremecerse.


Se sentía fatal. Había estado tan concentrada en sí misma que no había pensado en Valentina. Recogió su bloc de dibujo y miró lo que había hecho; de repente la pareció infantil y mediocre. Arrancó la página y la tiró al fuego. En dos minutos se había esfumado lo que tanta alegría le había dado esa tarde.

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