miércoles, 15 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 29

Una vez dentro, Pedro parecía estar de nuevo disgustado. Fue hacia la puerta e intentó abrirla, sacudiéndola con fuerza. Parecía desesperado por escapar, a lo mejor pensaba que estaba aún en la cárcel. Sacudía la puerta con tal fuerza que Paula temió que acabara rompiéndola. No sabía qué hacer.


–Venga, Pedro. A la cama.


Le puso las manos en los brazos e intentó hacer que girara, pero él siguió golpeando la puerta y gruñendo con frustración. Se le ocurrió meterse entre él y la puerta. Pero entonces su cara se llevó el siguiente golpe que le dió a la puerta. Eso hizo que Pedro se detuviera y ella aprovechó para sujetarle la mano y hacer que retrocediera un par de pasos.


–Por favor, Pedro. Vuelve de una vez a la cama, ¿Vale?


Pero no había forma. Intentó ir hacia la puerta. Ella seguía hablándole e intentaba permanecer calmada, pero la mejilla le escocía, le dolía la espalda y estaba empezando a hartarse de él, estuviera dormido o no.


–¿Quieres hacer de una vez lo que te estoy diciendo?


Decidió que tendría que ser más dura con él. Lo empujó con fuerza y eso lo detuvo. Lo agarró de la mano y llevó hasta el borde de la cama.


–Pedro, no vas a ir a ninguna parte. Cede de una vez por todas.


A pesar de la oscuridad reinante, vio cómo caían sus hombros. Bajó la barbilla y suspiró con fuerza. Con más delicadeza, consiguió que se acostara y le subió las piernas a la cama. Estaba satisfecha, lo había conseguido. Pero entonces escuchó un sonido que le rompió el corazón. Ese hombre grande y fuerte, que había pasado por tanto, estaba llorando delante de ella. No podía soportarlo. Le dolía en las extrañas verlo así. Se metió a su lado en la cama y lo abrazó. Ella también había comenzado a llorar.


–Por favor, Pedro, no llores. Lo siento mucho, lo siento mucho.


Sabía que no era culpa suya, que no había hecho nada, pero le pareció que alguien tenía que decírselo, que a alguien tenía que importarle lo que estaba sufriendo. Le acarició el pelo y la espalda y, poco a poco, fue dejando de llorar. Se quedó allí, escuchando su respiración mientras se iba tranquilizando y haciendo más acompasada. Había estado equivocada. Durante las últimas semanas había pensado que las cosas estaban empezando a cambiar, que lo estaba ayudando a recuperar su vida. Pero todo había sido una farsa, lo que había pasado esa noche le dejaba claro que sus heridas eran mucho más profundas de lo que creía. Parecía estar ya dormido. Ella empezó a moverse para levantarse, pero en cuanto lo hizo, Pedro comenzó de nuevo a agitarse. Las palabras solas no funcionaban, así que apoyó una mejilla en su espalda y le rodeó la cintura con el brazo. El contacto físico parecía conseguir calmarlo. Creía que su subconsciente se daría cuenta de que no estaba solo. Inhaló su aroma, sintió contra su mejilla la suave piel de su espalda y en los dedos los músculos de su abdomen. Pensó que ese hombre se merecía mucho más de lo que tenía. Se merecía tener amor, felicidad y una hija que lo idolatrase. Su vida era un desastre. Sintió cómo sus músculos se relajaban y volvía a suspirar. Decidió quedarse unos minutos más para asegurarse de que estaba tranquilo. Creía que había sido muy arrogante al pensar que podía ayudar a esa familia. No sabía ni por dónde empezar. Se imaginaba que hacía mucho que no dormía bien. Acurrucada contra él, lloró por todos los años perdidos y los horrores que había tenido que sufrir ese hombre. Después, lo besó en la espalda con cariño y cerró los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario