miércoles, 15 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 28

Un ruido la despertó. Se medio incorporó y escuchó con atención. Eran algo más de las tres. Lo oyó de nuevo y se despertó por completo. Saltó de la cama y fue al dormitorio de Valentina. La niña dormía tranquilamente. Estaba cerrando la puerta cuando oyó un grito. ¡Era Pedro! Se preguntó si estaría enfermo. Fue hasta su puerta y llamó. No contestó, pero podía oírlo gimiendo y revolviéndose dentro. No sabía qué hacer, pero no quería volver a la cama si él estaba sufriendo. Un ruido fuerte la hizo decidirse y abrir la puerta.


–Pedro –susurró–. ¿Estás bien?


Él murmuró algo que no entendió.


–¿Estás enfermo?


–No puedo salir –dijo él.


–¿Qué es lo que ocurre? –preguntó asustada–. Pedro, ¿Qué pasa?


Se acercó a la cama y le puso una mano en su hombro desnudo. Pedro se sentó de repente. Tenía los ojos abiertos, pero no la miraba a ella sino a un punto en la pared de enfrente. Seguía dormido. Se imaginó que tenía algún tipo de pesadilla. Su hermano Gonzalo había sido sonámbulo de niño. Solía gritar y andar por la casa. Sabía que no era buena idea intentar despertarlo. Se imaginó que volvería a tumbarse pronto y seguir durmiendo. Decidió sentarse en la cama y observarlo unos minutos para asegurarse de que no estaba enfermo. Acababa de sentarse cuando él giró la cabeza y la miró. Ella contuvo el aliento, si acaba de despertarse iba a costarle trabajo explicar qué hacía allí, en su cama y llevando sólo una camiseta grande a modo de camisón. Pero no había de qué preocuparse. Él se giró y le dio la espalda. Se sintió aliviada hasta que vio que se ponía de pie y se acercaba a la puerta que daba a la terraza. Salió y Paula fue tras él. Hacía frío, pero él parecía no notarlo. Por fortuna, llevaba puestos los pantalones del pijama, no había estado segura hasta que se levantó. No creía que hubiera podido convencer a su jefe para volver a la cama si él hubiera estado desnudo. Ya era bastante difícil verlo con su musculoso torso al descubierto. Se sentía como si lo estuviera espiando. Él se detuvo al lado del balcón, parecía más calmado, pero hacía demasiado frío. No podían quedarse allí. Tampoco podía dejarlo, si bajaba las escaleras podría ahogarse, la marea estaba alta. Tenía que intentar meterlo de nuevo en la casa. Se acercó y lo tomó de la mano. Él se la apretó, sabía que era sólo un reflejo, pero le resultó agradable y algo extraño. Tiró de él, pero no se movió. No sabía cómo iba a lograrlo.


–Pedro, es hora de entrar de nuevo –le dijo.


Esa vez, Pedro dejó que lo guiara.


–Muy bien. Ya casi hemos llegado.


Entraron de nuevo y Paula cerró la puerta. Luego se lo pensó mejor y echó la llave. La quitó de la cerradura y la dejó sobre la cómoda. Se imaginó que Pedro se volvería loco al verla allí por la mañana.

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