viernes, 22 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 31

De pronto, él gimió o quizá fue ella. Lo único que supo Paula seguro fue que de repente estaba en sus brazos.
El beso cambió entonces, convirtiéndose en el beso de un conquistador, ávido y rapaz, exigiendo la rendición de ella. Paula hizo un gran esfuerzo para no sucumbir, pero finalmente no pudo evitar pasar los brazos por detrás del cuello de él al tiempo que separaba los labios y respondía al beso de él con pasión.
Pedro la acercó aún más a él. Ella sumergió las manos en el pelo de él y levantó el rostro. El la apretó contra la pared y ella gimió. Era un hombre muy fuerte y maravillosamente masculino.
Además, la deseaba.
La deseaba tanto como ella a él.
Los brazos de Pedro no la dejaban escapar, aunque ella tampoco quería hacerlo. Ella solo deseaba sentir los labios de Pedro  contra los suyos, su lengua en su boca y su miembro rígido contra su vientre.
Paula  gimió y se retorció en los brazos de Pedro, deseando algo más, necesitándolo con desesperación. Pedro le sacó la blusa de la falda y cubrió sus senos con las manos. Mientras gemía su nombre, comenzó a acariciar sus pezones, cubiertos por el fino encaje.
Ella respiraba entrecortadamente mientras se repetía que sí, que eso era lo que necesitaba. Que quería que él la acariciara y que moviera las manos de ese modo. Justo así. Porque quería seguir sintiendo ese fuego que se abría desde sus senos hasta su vientre. Porque necesitaba seguir sintiendo el calor que humedecía su sexo.
-Oh, Paula.
Pedro se apartó. Ella soltó un gemido, como protesta, pero enseguida se dio cuenta de que él solo estaba buscando algo más de espacio para seguir desnudándola.
-Déjame. Paula, déjame que...
-Sí -susurró ella contra su boca-. Pedro, si... -Fuera comenzó a sonar una alarma, pero Paula  no la oyó. El latido de su corazón y la voz susurrante de Pedro ahogaban todos los demás sonidos.
-Eres preciosa -murmuró él mientras dibujaba con su dedo en la piel delicada que había encima del sujetador de encaje-. Eres un gorrión precioso.
Pedro  bajó la cabeza y siguió el rastro del dedo con la lengua. Ella gritó y se apretó contra él...
El hombro de Paula desconectó el botón de parada y la cabina comenzó a moverse. De pronto, se dio cuenta de la situación. Estaban en un ascensor de las torres Ascot y en esos momentos subían hacia una planta llena de gente. Pero ella estaba medio desnuda y a punto de hacer el amor con su jefe.
- ¡Pedro! ¡Pedro! El ascensor. ¡Está subiendo!
«Muy bien», pensó Pedro, medio mareado y metiendo la mano por debajo del sujetador. Todo subía e incluso el suelo se estaba moviendo.
-Para -le dijo Paula al oído-. ¿Me oyes? ¡Para!
¿Parar? ¿Cómo iba a parar si... ?
-¡Pedro!
Paula  le golpeó con los puños en la espalda. Pedro miró hacia arriba y entonces se dio cuenta de que no era el suelo lo que se movía, sino el ascensor. Estaba subiendo. ¡Y a toda velocidad! Treinta, treinta y uno, treinta y dos...
- ¡Maldita sea!
Pedro levantó la chaqueta de Paula del suelo y se la puso por los hombros. Encima, le puso el abrigo. Luego le arregló el pelo y también se lo arregló a sí mismo. Finalmente, se colocó la corbata y la camisa...

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