martes, 26 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 47

- Puede. Pero a lo mejor necesitas un guardián.
-No tenías derecho a aparecer en el restaurante.
- Fue una coincidencia.
-¿Coincidencia? ¡No me lo creo!
Pedro  apretó los labios. Ella tenía razón. Él no había aparecido allí por casualidad, pero, ¿qué otra cosa podía haber hecho? En primer lugar, porque Gonzalez tenía muy mala fama. En segundo lugar, porque Paula era muy ingenua. Y por último, porque él había sido quien le había presentado a aquel tipo.
Él se había ofrecido a presentarle hombres, pero no hombres como Gonzalez. Existían otros hombres que él se alegraría de presentarle. Y si en ese momento no se le ocurría ninguno, era porque no tenía tiempo de pensar en ello. Además, Paula tenía que aprender ciertas cosas
Saber qué ropa ponerse, cómo comportarse y relacionarse. Y él necesitaba tiempo para enseñarle todo aquello.
El taxi se detuvo y, cuando Pedro volvió a la realidad, se dio cuenta de que ya habían llegado. Paula se bajó del taxi y se encaminó hacia el edificio en el que vivía.
Pedro ordenó al taxista que lo esperara y salió corriendo detrás de Paula.
-No quiero que esperes a que entre -dijo ella con frialdad, subiendo los escalones que conducían al portal.
-No me importa lo que tú quieras. Yo siempre espero a que mis...
Pedro frunció el ceño.
-Yo no soy nada tuyo, Pedro, excepto tu asistente personal.
Ella estaba en lo cierto y él tampoco quería que fuera de otro modo. Pero habían hecho un trato y él siempre cumplía sus tratos.
- Tienes razón –dijo
Paula  arqueó las cejas.
-Bien, bien, bien. ¿Dos disculpas en un solo día?
- Probablemente no debería haber ido a La Góndola.
- Probablemente no, no deberías haber ido con toda seguridad.
-Es solo que me sentía responsable.
-No necesito que nadie se sienta responsable de mí. Soy una mujer adulta.
-Sí, pero yo te dije que te presentaría hombres y...
-¿Otra vez vamos a hablar de lo mismo? -preguntó Paula, sacando las llaves del bolso-. Te aseguro que quedas eximido de cualquier responsabilidad hacia mí, ¿de acuerdo?
-No -Pedro la agarró de los hombros y la obligó a que se volviera-. Porque estoy seguro de que no estás preparada para ello. Esta noche habrías cometido un gran error.
-Gracias por tu confianza.
- Menos mal que llegué, porque cuando entré, Gonzalez  tenía ya una mano en tu pierna.
-No la tenía en mi pierna, la tenía en mi rodilla y solo fue un segundo. Además, solo se trataba de un gesto amistoso. Se dio cuenta de que no me había gustado el aspecto de aquel plato que me habían servido...
-¿y por qué pediste eso?
-Porque no entendía el menú -contestó Paula con frialdad-, y fui demasiado orgullosa como para admitido. ¿Alguna otra pregunta?
-¿No se te ha ocurrido pensar que Jennett tendría que haberte explicado lo que era, cuando tú lo pediste?
-Pero él pensó que...
-Él pensó que eras tan inocente como Caperucita Roja y eso le excitó. Maldita sea, Paula, no tienes que aprender a leer menús, sino a tratar con los hombres -Pedro se acercó a ella-. Cuando te vi esta noche... cuando te ví, sentí que... -Pedro se quedó pensativo un momento-. Te ví como si hubiera tirado un gorrión a una habitación llena de halcones -la voz de Pedro se hizo más grave-. Hay cosas que tienes que aprender, Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario