lunes, 11 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 70

 De hecho, me gustaría contar contigo en mi equipo de trabajo. Tú y yo podríamos hacerle pasar un infierno a Joaquín.
Ana consiguió esbozar una sonrisa.
— ¿No se lo vas a poder hacer pasar tú sola?
—Claro —afirmó Paula—. Voy a hacer que el señor Gimenez me lleve a ver al tío de Pedro para hablar con él sobre una oferta que probablemente haya recibido. No se lo digas a Pedro, ¿quieres?
—Debería hacerlo, ya lo sabes.
—No, no deberías. Voy a asegurarme de que tu nieto tenga una empresa que pueda heredar. Eso tampoco se lo puedes decir a Pedro.
— ¿Que es lo que estás tramando?
—Espera y verás.
Al otro lado del pasillo, Pedro estaba gritando al señor Gimenez cuando éste lo ayudó a levantarse de la colchoneta en la que había estado haciendo ejercicios.
—No protestes —le dijo el señor Gimenez  con voz imperturbable—. Vas a disgustar al niño.
—Es mi hijo. No creo que mis protestas vayan a disgustarlo.
—Bueno, tal vez no, pero no te excedas. Vas bien y volverás a andar perfectamente dentro de nada.
Pedro miró a Franco, que estaba tumbado sobre la moqueta, leyendo un libro con fascinación.
—Es estupendo —dijo.
—Es cierto. Espero que pienses tener tiempo para él cuando vuelvas a la normalidad. Necesita un padre.
— ¿De verdad? Ya te tiene a ti —le espetó Pedro.
—Yo no soy su padre —replicó el señor Gimenez—. Soy su guardaespaldas. A principios de año, trataron de secuestrarlo. Yo estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado y conseguí impedírselo. Sin embargo, ese niño va a heredar más dinero de lo que tú tienes y eso lo convierte en un objetivo. Tú no puedes vigilarlo constantemente. Yo sí.
Pedro estaba cambiando muy lentamente la opinión que tenía del señor Gimenez. Le molestaba el hecho de estar empezando a admirarlo.
—Aquí está seguro —dijo.
— ¿Sí? —Replicó el señor Gimenez con una risotada—. Nadie tan rico está seguro en ninguna parte.
El señor Gimenez  se marchó a hacer un par de cosas antes de llevar a Paula a ver al tío abuelo de Pedro. Sin embargo, se sentía menos preocupado. Resultaba evidente que Pedro adoraba al niño y tenía muchas razones para creer que adoraba a Paula aún más. Todo iba a salir muy bien. Mientras avanzaba por el pasillo, empezó a silbar.
A Paula le divirtió que Germán Alfonso no se sorprendiera de verla. El anciano sonrió cuando la encontró de pie en el porche de su casa.
—Vaya, vaya —murmuró—. Ya me imaginé que vendrías. Supongo que querrás saber si te he vendido.
Paula se echó a reír.
—Ni siquiera tengo que preguntar. Me marcharé a mi casa.
—No sin un café. ¿Quién es tu amigo? —preguntó, señalando al señor Gimenez, que estaba apoyado contra la limusina.
—Mi guardaespaldas.
—Que entre también. Así se podrá tomar un café con nosotros.

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