sábado, 16 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 4

Pedro volvió a sonreír mientras hacía un gesto con la cabeza.
-¿Qué haría yo sin tí? Eres la eficacia en persona.
-En mi trabajo hay que ser eficaz, señor Alfonso.
-Llámame Pedro por favor. No creo que tengamos que ser tan formales. Llevas trabajando para mí... ¿cuánto, un año?
-Once meses y doce días -contestó Paula educadamente-. Estoy más cómoda llamándole señor Alfonso, señor. A menos que a usted no le guste...
-No -contestó él rápidamente-, no, está bien. Como quieras.
Por supuesto que no le importaba cómo quisiera llamarle. Nunca había tenida una secretaria así. Cuando miraba hacia el futuro, siempre se imaginaba a Paula a su lado. Estaba seguro de que Paula nunca se casaría si eso significaba tener que dejar su trabajo. Su profesión significaba para ella tanto como para él.
Inclusa sabía que jamás se citaba con hambres. Cosa, que aunque no estuviera bien, a él le alegraba.
Pero tampoco tenía que sentirse culpable. Sencillamente, Paula era una de esas mujeres a las que no les interesaban los hombres. Había una lista larga y honorable de ellas desde tiempos remotos. Betty Friedman, las sufragistas, Juana de Arco... Todas habían dedicada sus vidas a diferentes causas, en vez de a los hombres.
¿Cómo podía sentirse mal un hombre porque una mujer eligiera tomar una decisión así?
Paula , además, no. suponía ninguna distracción para él.
Algunas de las mujeres que había entrevistado antes de contratarla a ella habían sido espectaculares, pero Paula era una chica de lo más normal. Estatura media, peso medio, rostro normal, cabello castaño, ojos marrones...
-Un gorrioncillo castaño -había dicha Malena de ella después de conocerla, dando un suspiro que Pedro había interpretada como de alivio.
«Una descripción acertada», pensó Pedro. Cuando paseaba par Central Park, veía muchos pájaros de bonito plumaje, pera los más activos eran siempre los gorriones.
«Paula», pensó sonriendo.
-Paula, ¿cuánto te pago?
-¿Perdón?
- Tu salario., ¿cuánto es?
-Ochocientos a la semana, señor Alfonso.
-Pues de ahora en adelante, cobrarás cien más. –Paula sonrió educadamente.
-Gracias, señor.
Pedro también sonrió.

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