sábado, 16 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 1

Pedro Alfonso era un hombre sitiado. Una mujer que había pasado los últimos dos meses en sus brazos y su cama no había sido capaz de aceptar que su relación hubiera terminado.
-Tú no me amas -le había dicho llorando la noche anterior.
Pues claro que no, Pedro no la amaba. Se lo había dicho unos días antes y le había recordado que nunca le había dicho que la amara. Ni tampoco había insinuado jamás que existiera tal posibilidad. Él sabía que había tipos que lo decían para conseguir puntos, pero él no era uno de ellos. Pedro siempre era sincero respecto a sus intenciones. Dejaba claro que el amor y el matrimonio eran cosas que no entraban dentro de sus planes.
Además, la verdad era que no tenía ninguna obligación de ello.
Era un americano de treinta años, heterosexual y de buena posición económica. También era alto, de hombros anchos y torso fuerte, gracias a su pasión por el gimnasio. Tenía el pelo oscuro y ondulado, y el color de sus ojos, según las mujeres, era el. mismo que tenía el Atlántico en agosto. Cosa que le hacía sonreír incluso en ese momento, ya que él apenas se daba cuenta de ello. ¿Qué hombre se mira los ojos, excepto cuando se está afeitando? Su mandíbula era cuadrada, la boca firme y en la nariz tenía una pequeña cicatriz, recuerdo del año que se había pasado trabajando en una mina de carbón en Pensilvania.
Le hacía gracia que a las mujeres les gustara esa nariz ligeramente deforme. La misma mujer que le había dicho que sus ojos eran como el mar le había dicho que eso le daba un aspecto peligroso.
-Me da igual, siempre que te guste -había dicho Pedro, soltando una carcajada mientras la colocaba debajo de él, y tenía dinero. ¡Diablos! ¿Por qué sacar siempre el mismo tema? Era rico, más rico de lo que nunca había soñado con llegar a ser. Y lo había ganado por sí mismo gracias al talento que tenía para estudiar el mercado de valores e invertir su capital.
¿No era eso suficiente para hacer feliz a una mujer? Sí, sí lo era y nunca le era difícil encontrar a alguna.
El problema era deshacerse de ellas.
Pedro parpadeó.
No era una manera muy romántica de pensar en ello, pero era la pura verdad.
Lo que le estaba pasando con Malena no era nuevo. Ya le había ocurrido con anterioridad. Una mujer podía admitir, al principio, que no estaba más interesada que él en la relación. Pero luego, por alguna razón extraña, cambiaba de opinión y comenzaba a pensar «lo felices que podían ser». Pero hasta un estúpido era capaz de darse cuenta de que el matrimonio no era el estado natural del hombre.
Él no podía comprender a qué se debía aquel cambio en las mujeres, pero lo cierto era que siempre ocurría. Y le estaba ocurriendo de nuevo a pesar de sus esfuerzos por evitarlo.
La única persona que podía salvarlo del desastre era su secretaria personal, Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario