martes, 12 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 75

—Al menos, ahora comprendo por qué.
Ana sonrió y se marchó de la habitación. Efectivamente, Pedro había comprendido por fin lo que había empujado a su madre a hacer lo que hizo y tenía explicación para todos los pequeños misterios que había vivido a lo largo de su vida. Cerró los ojos y se dio cuenta de que lo único que le quedaba era solucionar el tema de su empresa.
Pasó media hora antes de que Paula entrara en su habitación. Estaba pálida y se mostraba algo tímida.
—Entra —le dijo él. De repente, comprendió el porqué de su actitud—. Gimenez te ha dicho que tenía la espalda peor, ¿verdad? Sólo me duele un poco. No me hiciste daño. ¿Es ésa la razón por la que te has mantenido alejada? ¿Creíste que tendría que regresar al hospital?
—Sí —susurró ella. Entonces, se echó a llorar. Se sentó en el brazo del sillón y dejó que él la abrazara—. Lo siento mucho. No podía enfrentarme a ti. Pensé...
—Soy más duro de lo que piensas. No llores, mi niña...
—A pesar de todo, me siento tan culpable...
—No tienes necesidad. Ya ni siquiera me duele. ¿Convencida? —le preguntó. Ella asintió y se enjugó las lágrimas—. ¿Qué es eso que he oído sobre Chicago? Pensé que ibas a esperar un poco más.
—Te lo ha dicho tu madre, ¿verdad?
—Sí. Me ha contado todo. Le ha resultado muy difícil, pero es valiente. Ahora, nos comprendemos mucho mejor el uno al otro.
—Me alegro, Pedro.
—Me pregunto si el bebé que hicimos ayer se parecerá tanto a tí como Franco se parece a mí.
—Pareces estar muy seguro —comentó ella, sonrojándose.
— ¿Tú no?
Efectivamente, Paula estaba casi segura. Lo presentía. Era como si Pedro y ella, gracias a la intimidad que habían compartido, tuvieran un vínculo mental entre ambos.
—Sí. Espero que esta vez tengamos una hija.
—Yo también. ¿Tienes que marcharte a Chicago?
—Sí, lo siento. Hay muchos cabos sueltos de los que tengo que ocuparme —respondió, sin mencionar de qué se trataba.
—Muy bien —afirmó él—. ¿Se va a quedar Franco?
—Preferiría llevármelo —contestó ella. Le molestaba separarse de su hijo.
—Paula, está más seguro aquí conmigo y lo sabes. Además, está muy cómodo en la guardería. ¿Quieres volver a desarraigarlo de ese modo?
—Por supuesto que no, pero he estado separada de él en demasiadas ocasiones en los últimos años. Estuve a punto de perderlo y yo... Además, todo esto podría durar semanas.
—Puedes hablar con él por teléfono, como hacías antes. Además, esta vez nos tiene a su abuela y a mí y te prometo que no consentiré que se olvide de ti. Le hablaré sobre ti constantemente.
A Paula no le gustaba ceder, pero todo lo que estaba diciéndole Pedro resultaba muy lógico. Además, podría regresar con frecuencia para visitar a su hijo.
—Tienes razón. No puedo volver a sacarle del colegio. El señor Gimenez se quedará también.
—Tú estarás sola. Eso no me gusta. Llévate tú a Gimenez.
Aquella era una concesión muy importante porque Paula sabía que Pedro estaba celoso del señor Gimenez.
—Gracias —dijo sonriendo—, pero preferiría que se quedara con Franco. ¿No lo preferirías tú también?
— Supongo que sí —respondió él, recordando lo que Gimenez le había dicho sobre el intento de secuestro—. Sin embargo, voy a estar muy preocupado.
—Te llamaré todas las noches —prometió ella—. Estaré bien. Después de todo, Chicago ha sido mi hogar durante seis años. La empresa cuenta con un gran equipo de seguridad. Le pediré a Holmes que me acompañe. El señor Gimenez lo entrenó. ¿Te satisface eso?
—No tanto como tú lo hiciste ayer —comentó él con una cálida sonrisa.
—Te prometo que regresaré antes de que tengas oportunidad de echarme de menos.
—Eso no va a ser posible —afirmó él—. Ya te estoy echando de menos...
Paula contuvo las lágrimas. Resultaba tan nueva y tan hermosa tanta comunicación entre ellos... Le dio las gracias a Dios por ello, aunque le preocupaba cómo iba a funcionar. Ella tenía mucho que hacer y que pensar. Minutos más tarde comenzó a hacer las maletas.
Lo peor fue tener que decirle a Franco que iba a marcharse. Se lo dijo cuando regresó de la guardería y el niño lloró amargamente. Paula trató de explicárselo y de abrazarle, pero el pequeño estaba furioso. Pedro tuvo que calmarlo prometiéndole comidas especiales y una llamada de teléfono de Paula  todas las noches.
—Tu madre puede venir los fines de semana — añadió, mirando a Paula.
Ella accedió inmediatamente, aunque no estaba segura de poder cumplir con su palabra. Al final, Franco se convenció a medias. Cuando Paula se marchó al aeropuerto, seguía malhumorado, pero al menos ya no estaba llorando. Ella se despidió tímidamente de Pedro porque todo el mundo estaba mirando, pero, con la mirada, le dijo lo mucho que sentía marcharse. Recibió el mismo mensaje de él.
El viaje a Chicago pareció interminable, aún viajando en avión privado. Durante el trayecto, estuvo examinando cifras e informes que sus empleados leales habían preparado sobre los proyectos de Joaquín. Muchos de ellos tenían que ver con los de Paula e incluso se solapaban con los de ella. Paula no se había dado cuenta de lo sutilmente que Joaquín se estaba haciendo con las riendas de la empresa.
Había estado utilizando la venganza de Paula contra Pedro para sus propios fines, diciéndole a todo el mundo que ella se estaba dejando llevar por la historia y que estaba poniendo los intereses de la empresa y de sus trabajadores por detrás de los suyos. Aunque no estaba del todo acertado, sobre todo al principio no le había faltado razón.
Paula se había puesto en contacto con McGee y con otros dos directivos que la apoyaron cuando asumió el papel de Henry en la empresa. Estos dos aún estaban de su lado, pero no bastaría con ellos. Tenía que evitar que Joaquín acumulara más accionistas de Alfonso Properties que ella. A continuación, tenía que desbaratar su plan para deshacerse de ella. Debía contar con el voto de confianza de los directores. Sonrió. En los negocios, se decía que un tiburón se comía a otro. Se reclinó en el asiento y, figuradamente, empezó a afilarse los dientes.

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