martes, 12 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 76

Joaquín la recibió en el aeropuerto; parecía asombrado e inseguro.
—No sabía que ibas a venir hasta que Harry McGee lo mencionó en una reunión esta mañana —dijo con un cierto tono acusador.
—Pensaba darte una sorpresa —replicó ella dulcemente, aunque la mirada de sus ojos era fría y calculadora—. Y lo he conseguido, ¿verdad?
—Mucho. En estos momentos las cosas están sobre la marcha y...
—No hay problema. Me he estado poniendo al día con la absorción mientras esperaba que Pedro mejorara.
— ¿Va a volver a caminar?
—Por supuesto. Se incorporará muy pronto al trabajo. Pedro no abandona.
—Eso te lo dije yo desde el principio.
—Efectivamente —dijo ella, girándose sobre el asiento de la limusina para mirar a Joaquín —. Y yo tampoco. No hay muchas cosas de las que no me dé cuenta, aun cuando estoy distraída.
—No comprendo —susurró Joaquín con cierta intranquilidad.
— ¿De verdad? —preguntó ella sonriendo ampliamente—. No importa.
Aquellas palabras provocaron que Joaquín  frunciera el ceño mucho antes de que llegaran a la casa de Paula en Lincoln Park.
Ella se pasó tres ajetreadas semanas tratando de recuperar el terreno que había perdido en su empresa durante su ausencia. Le resultaba difícil estar lejos de Franco y de Pedro, pero lo llamaba por teléfono todas las noches. Pedro puso furioso con ella cuando supo que no iba a regresar a Billings el siguiente fin de semana.
Franco se mostró igual de desilusionado cuando habló con él. A excepción de la alegría de Ana al escuchar su voz, se sentía como si fuera puro veneno para el resto de la familia. Le deprimía terriblemente y la distanciaba aún más cuando hablaba con Pedro.
Él ya había vuelto a trabajar, aunque durante un horario muy restringido. Sin embargo, Paula no lo sabía porque él había prohibido a todos que se lo dijeran.
Jordán se mostró muy sorprendido cuando entró en el enorme despacho de Pedro y encontró a su jefe ocupando su puesto con aspecto serio y decidido.
—No deberías estar aquí —dijo Jordán.
—Ya lo sé —replicó él, secamente—, pero si me quedo en casa otra semana, tendré que despedirme de mi empresa. Rosa, ¿dónde están esas cifras? —rugió.
La atribulada secretaria entró con un montón de papeles, con el rostro ruborizado y el cabello revuelto.
—Aquí tiene, señor Alfonso. ¿Ahora qué?
—Quiero a Sam Harrison al teléfono. Después, dile a Terry Ogden que quiero verlo. ¡Y pronto!
—Sí, señor —dijo la secretaria. Entonces, salió rápidamente del despacho y cerró la puerta.
—Pobre Rosa —musitó Jordán.
—Sobrevivirá —le dijo Pedro—. Está acostumbrada a mí. Ahora, escúchame. ¿Qué has descubierto sobre los progresos de Gonzalez Internacional?
Jordán se sentó y empezó a explicarle lo que había averiguado. A pesar de sus heridas, Pedro era como un torbellino. No hacía más que darles instrucciones a Jordán, Rosa y el recién llegado Terry Ogden. Jordán casi sentía pena por Joaquín y Pau Gonzalez.
Mientras tanto, en Chicago, Paula sonreía al ver la cotización de las acciones de Alfonso Properties en el televisor. Pedro no quería que ella supiera que estaba recabando apoyos, pero Paula ya lo sabía. Había visto las transacciones no sólo en televisión, sino también en el ordenador. No hacía falta mucha imaginación para descubrir la diferencia que había entre los poderes que Joaquín estaba adquiriendo y los que Pedro estaba obteniendo. Sin embargo, Paula aún tenía las suficientes acciones para ganar a ambos en una votación. Evidentemente, Joaquín  estaba muy seguro de sus apoyos, porque no parecía haberse dado cuenta de que estaba perdiendo los apoyos que creía haberle arrebatado a Paula. Ella les daría una buena sorpresa a ambos cuando se convocara una reunión en Alfonso Properties. Sin embargo, se había convocado una reunión urgente en Gonzalez. Paula sabía instintivamente que había sido idea de Joaquín. Estaba segura de que su posición en la empresa iba a verse desafiada.
La ironía de todo aquello era que ya no deseaba seguir a cargo de las operaciones nacionales de la empresa. Estaba muy cansada. Aún era dueña de un buen puñado de acciones, lo que le reportaría unos buenos dividendos de por vida, además de sus propiedades e inversiones. Muy a pesar de Joaquín, Juan la había dejado muy bien situada. Joaquín  también tenía su dinero propio, pero deseaba poder. A Paula no le importaría perder parte del que tenía, pero no iba a consentir que su artero cuñado se lo arrebatara con artimañas.
Franco seguía muy enojado con ella por su ausencia, al igual que Pedro. Algunas noches, el niño colgaba el teléfono sin decirle que la quería. Sólo le hablaba de su padre. Eso debería haberla agradado, pero sólo le hacía sentirse más asustada. Los negocios no eran sustituto alguno de su hijo. ¿Por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta? Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde para reparar el daño que pudiera haber causado. No podría soportar que Franco se volviera en contra de ella.
Echaba a Pedro y  a Franco terriblemente de menos. Sin embargo, cada día que pasaba estaba más cansada y dejó de realizar las llamadas a diario porque, en ocasiones, regresaba a casa demasiado cansada como para hablar por teléfono. La distancia que la separaba de los de Billings se iba haciendo cada vez mayor, pero ella no podía marcharse de Chicago hasta que tuviera lugar la reunión.
Echaba terriblemente de menos a su hijo y a Pedro. Se sentía muy sola, sobre todo cuando recordaba la cercanía que había compartido con Pedro y los profundos sentimientos que había descubierto en él. Todo parecía haberse desvanecido.
También echaba de menos a Ana,  al señor Gimenez incluso los deliciosos platos de la señora Dougherty. Se había acostumbrado tan fácilmente a su vida en Billings... Su antigua vida le parecía artificial, sin sustancia, pero, a pesar de todo, se veía atada a ella de nuevo.
Lo peor de su obligada ausencia fueron las náuseas que empezó a sentir cuando entró en la cuarta semana de separación de Pedro y Franco. Sabía muy bien lo que significaba y le hacía sonreír. Sus ojos  parecían iluminados de una luz muy especial, que le daba a su rostro un resplandor que la hacía parecer más hermosa aún. Aquélla podría ser la mejor rama de olivo que ofrecerle a Pedro. Cuando él lo supiera, podría ser que se volviera a sentir cercano a ella. Ni siquiera se paró a considerar el miedo que iba a sentir si no era así.

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