domingo, 10 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 65

Los ejercicios resultaban agotadores.
—Vamos, sigue —le dijo Gimenez sin perturbarse por las miradas asesinas que Pedro le enviaba—. Sé que son incómodos y también sé que aún no ves los resultados que deseas. Yo también estaría harto si estuviera en tu lugar.
—Dios mío —susurró Pedro, limpiándose la frente—, no sé por qué te dejo que me hagas pasar por esto. Llévate a Paula a Chicago y olvidémonos de todo. Así, ella podrá retomar la vida que tenía antes.
—No, no puede —le espetó Gimenez—. Tú no la viste la noche que te trajeron aquí, pero yo sí. Apartarla de tí ahora sería tan doloroso como cortarle un brazo. Además, no se marcharía. Ella no abandona.
— ¿Significa eso que yo sí?
—No lo creo. Simplemente eres humano.
Pedro retomó los ejercicios con un pesado suspiro. Estaba tan cansado... Cada día le resultaba más fácil caminar, pero requería tanto esfuerzo... Entonces, se levantó sin pensar conscientemente en lo que estaba haciendo y, por primera vez, se movió con facilidad.
—Vuelve a hacer eso —le dijo Gimenez. -¿El qué?
— Eso —afirmó Gimenez, sonriendo—. Mira, estás caminando sin cojear.
Pedro contuvo la respiración. Recorrió la habitación, sorprendido de la fluidez de sus movimientos. No le dolía. Sonrió abiertamente y miró muy contento al señor Gimenez.
— ¡Eso sí que está bien!
Se puso recto. Dobló las rodillas y volvió a incorporarse. Tenía la espalda menos flexible que antes, pero los movimientos ya no le dolían. Suspiró de alivio. Después de todo, tanto trabajo no había sido en vano.
—Estás curado. Creo que deberíamos informar al médico.
—Dame el teléfono —dijo con una enorme sonrisa en los labios.
— Aquí tienes. Si no te importa —comentó Gimenez—, voy a darles las noticias a las mujeres.
Pedro dudó. Después de un momento, asintió. Gimenez salió de la habitación.
Paula hizo que el señor Gimenez le repitiera lo ocurrido dos veces antes de comprenderlo de verdad. Ana empezó a llorar como una niña. Pedro se iba a poner bien. Cuando las dos mujeres llegaron corriendo a la habitación, él estaba hablando por teléfono.
—Voy a ir a ver a Bryner —les dijo—. Cree que estoy haciendo unos progresos notables —añadió muy contento.
—Genial —comentó Paula con una sonrisa—. Ahora podremos quitarte la empresa.
—Te aseguro que ganaré yo —afirmó él, sonriendo también a pesar de la fatiga.
—Ni hablar. No sin los poderes —replicó ella. Se sentía llena de vida.
—Ya tendremos tiempo para hablar de ese pequeño problema cuando yo haya regresado al trabajo.
—Eso no te va a servir de nada.
—Depende de la clase de conversación que tengamos —murmuró. La mirada que había en sus ojos provocó que el corazón de Paula latiera con más fuerza.
—Fuera mientras se ducha —les ordenó el señor Gimenez abriendo la puerta—. No queremos que el médico tenga que esperarnos.
— ¿De qué lado estás? —le preguntó Paula al pasar por su lado.
—Del tuyo. Del suyo. Son el mismo —comentó Gimenez, riendo.
Paula no se atrevió a mirar a Pedro, pero oyó unas carcajadas a sus espaldas.
Le hicieron pruebas interminables, pero los resultados merecieron la pena. La espalda se le estaba curando maravillosamente, al igual que los músculos y los nervios. Les dieron unos ejercicios nuevos que hacer y les dijeron que podían marcharse.
Pedro estaba contentísimo. Ya no se veía amenazado por el miedo de la invalidez permanente, por lo que se empleó muy metódicamente en su nueva terapia. Sabía que debía volver a estar bien antes de poder poner en práctica el plan que tenía para conseguir que Paula y su hijo se quedaran junto a él. Salvar su empresa era casi un añadido, porque sabía exactamente lo que quería. Lo único que tenía que hacer era convencer a Paula de que ella también lo deseaba.
Él ya no tenía dudas de sus sentimientos. Paula había teñido de colores un mundo en blanco y negro. La necesitaba, pero de un modo que era mucho más que físico. El problema sería arreglar el daño que había hecho en el pasado y convencerla de que ya estaba completamente seguro de su relación. Para conseguirlo, iba a tener que darse mucha prisa.
—Supongo que te das cuenta de que el doctor Bryner no te ha dado permiso para irte a practicar skateboard mañana mismo, ¿verdad? —le preguntó Paula una mañana, cuando Pedro estaba trabajando con fuerza en sus ejercicios para fortalecer la espalda.
—Lo sé. Si hace falta tiempo, que lo haga —dijo él.
—Perdona que te diga que no eres el mismo hombre que echaba espuma por la boca para realizar sus ejercicios hace cuatro días.
—Eso era antes de que supiera que tenía algo que esperar con impaciencia —replicó Pedro con una sonrisa. Entonces, la miró a ella de arriba abajo—. ¿Por qué no te quitas esa ropa y te tumbas aquí conmigo? —añadió, dando unos golpecitos sobre la colchoneta de ejercicios.
—Todavía no —murmuró ella—. Y deja de decir cosas así. ¿Y si entraran Franco o tu madre?
—Me importa un comino lo que piense mi madre. Y Franco está en la guardería.
—La venganza se sirve fría —comentó ella, agachándose para tocarle suavemente la mano—. Resulta vacía e insatisfactoria y termina haciendo que la culpabilidad te corroa por dentro. Yo podría escribir muchos libros al respecto.
— ¿Significa eso que me vas a devolver mis poderes? —le preguntó él, enredando los dedos con los de ella.
—Por supuesto que no. Si los quieres, tendrás que levantarte y luchar por ellos.
—En cuanto pueda. Ven aquí —susurró, tirando de ella.
Paula se sentó a su lado y dejó que él la tumbara. Con la mano que le quedaba libre, empezó a acariciarle el cabello castaño, gozando con su suavidad.
—Me gusta que lo lleves suelto —dijo.
—Esta mañana no he tenido tiempo de recogérmelo.
—Mientras estés aquí, no lo hagas. Me gusta tanto su tacto...

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