jueves, 28 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 58

Podía haberse acostado con la correcta y prudente señorita Chaves  a sesenta millas de allí, en su casa o en cualquier maldito hotel. Incluso en una suite que diera a Central Park, si a ella le hubiera apetecido. La podía haber llevado a cualquier lugar menos a una casa que era para él como un refugio.
Porque lo cierto era que Pedro no quería llevar allí a Paula. Nunca había querido llevar allí a ninguna mujer, así que no comprendía cómo se había metido en aquella situación. Y por si eso fuera poco, había posibilidades de que se quedaran atrapados allí por la tormenta.
¿De qué hablarían? ¿Qué harían cuando hubieran terminado de hacer el amor? No era la primera vez que pasaba un fin de semana con una mujer, pero había sido siempre en lugares donde había cosas que hacer y con mujeres que sabían cómo comportarse.
Sin embargo, estaba seguro de que con Paula todo iba a ser mucho más difícil. Ella esperaría... ¿El qué? ¿Una conversación interesante? ¿Que se contaran el uno al otro sus respectivas vidas?
Pedro reprimió un gemido y cuando llegara el lunes, ¿qué pasaría? ¿Podría entrar en su despacho y saludarla como si fueran dos personas que trabajaban juntas?
No, maldita sea, no. Las mujeres no eran así. Decían que eran iguales a los hombres, que el sexo no era nada más que eso y que no había que confundirlo con el amor. Y algunas quizá hasta lo creyeran de verdad.
Pero Paula no, desde luego.
Era terriblemente ingenua y posiblemente no habría conocido más que a un par de hombres en toda su vida. Así que estaba seguro de que le daría a aquella noche mucha más importancia de la que tendría y de la que él querría darle.
Además, a Pedro no le gustaba la sensación qué tenía cuando estaba cerca de ella, como si no fuera dueño de su destino, cuando sí que lo era.
Por supuesto que lo era...
Si las carreteras estuvieran despejadas, si la nieve no cayera de ese modo, si él hubiera pensado en todo aquello antes de pedirle que lo acompañara, antes de empezar a soñar con ella... Porque sí, lo admitía, soñaba con ella y, ¿no era absurdo? ¿Qué hombre tendría ese tipo de sueños cuando sabía que había una docena de preciosas mujeres que estaban esperando para hacer realidad lo que con Paula solo era un sueño?
Pedro miró hacia delante y vio que estaban llegando a la casa. Normalmente le alegraba verla, pero esa noche no. Era una casa suficientemente grande para él, pero no para estar con Paula. Sin embargo, ya era demasiado tarde para lamentarse, así que abrió la puerta automática del garaje y metió el Corvette dentro. Ya estaba. Tendría que tratar de tomarse la situación del mejor modo posible.
-Bueno -dijo-, ya hemos llegado.

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