jueves, 28 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 60

¿Tinto o blanco? No sabía qué estaría cocinando Paula y tampoco le apetecía ir a preguntarle.
De manera que decidió que tomarían tinto. Parecía más adecuado para una noche fría y nevada como aquella.
Abrió la botella de Merlot, olió el tapón de corcho y se dijo que había elegido bien. Sacó dos copas del armario y pensó en Paula.¿Qué estaría haciendo? No había comido nada desde el desayuno y tenía hambre. ¿Cómo no se habría acordado del almuerzo?
Pero, ¿cómo iba a pensar en el almuerzo cuando había visto cómo su gorrión se había convertido en un ruiseñor ante sus ojos? En realidad, ella siempre había sido un ruiseñor, solo que lo había ocultado al mundo. Solo podía uno ver a la verdadera Paula  si la miraba despacio. Solo entonces caía uno en la cuenta de que era preciosa.
Pedro bebió un sorbo de vino.
Sí, Paula era más guapa que ninguna de las mujeres que conocía y quizá le añadía encanto el que ella no lo supiera.
Pero lo era. Esa boca sensual, esos ojos oscuros y profundos, esa elegante naricilla, ese pelo increíble y su cuerpo maravilloso... Su sonrisa, su risa tan franca, su sinceridad, su inteligencia, su falta de vanidad... y lo increíble era que Hernán Paz había visto a la verdadera Paula enseguida, a pesar de lo poco sensible que era. También Martín Gonzalez lo había visto. Y ahora Pablo se había añadido a su lista de admiradores. Pablo, que en un día tocaba el cabello a más mujeres guapas que cualquier hombre normal en un año...
¿Había sido él el único que no se había dado cuenta?
Pedro  sirvió las dos copas de vino y se dirigió a la cocina. Paula estaba al lado de la cocina. Se había puesto el delantal que él se había comprado y que nunca había tenido el coraje de usar.
-¿Salchichas? -preguntó Pedro.
Paula se dio la vuelta. El calor del fuego le había encendido las mejillas y el vapor de la cazuela había hecho que su pelo se rizara.
Pedro sintió que el pecho se le encogía. «Preciosa», pensó. «Paula, eres preciosa». Esbozó una sonrisa y se acercó a ella.
- Vino para la cocinera. Pero solo si me dices que lo que huelo son salchichas.
El, vaciló, pero finalmente esbozó una sonrisa tímida y aceptó la copa. Se había declarado una tregua. Por lo menos, de momento.
-Sí que lo son -dijo-. Me dijiste que mirara por la cocina... Así que lo hice y encontré un paquete en el congelador.
- Podrías haber encontrado un mastodonte y no me habría sorprendido. Compré el congelador al mismo tiempo que la casa, lo llené... y no lo he vuelto a abrir -alzó su copa-. ¡Salud!
Chocaron las copas y Paula dio un sorbo a la suya.
-Está muy bueno -aseguró.
- Me alegro de que te guste. No sé tus preferencias.
-Excepto en lo referente a los moluscos.
Pedro esbozó una sonrisa.
-Son peligrosos esos moluscos.
-La verdad es que no sé mucho sobre vinos. Solo sé si me gusta o no.
- Yo también.
-Como te decía, encontré el paquete de salchichas, alguna lata de tomate y espaguetis. También había queso en la nevera, así que decidí hacer una salsa. No estará tan rico como en La Góndola, pero...

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