lunes, 18 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 14

¿No era normal que sintiera una ligera curiosidad por lo que había pasado la noche anterior?
«Paula», podía decirle, «me estaba preguntando si te lo habías pasado bien anoche. ¿Dónde te llevó Hernán a  cenar? ¿Te llevó después a tu casa? ¿Lo invitaste a entrar? ¿A qué hora se marchó?».
«Porque se marchó, ¿verdad?».
Pedro se frotó el rostro con las manos.
La vida privada de Paula no era asunto suyo y ni siquiera tenía derecho a pensar en ella.
En cualquier caso, el chaval que repartía el correo tenía razón. Paula tenía unos ojos muy bonitos.
Apretó los dientes y se preguntó si también Hernán  tendría razón sobre sus piernas. ¿Serían bonitas? Él no podía asegurar nada con aquel abrigo que le llegaba a los pies. Y en el pasado, jamás había pensado en ellas. ¿Por qué iba a hacerlo? Paula era su asistente personal, su secretaria. Era una empleada educada y eficaz a la que pagaba bien. Su aspecto no era de su incumbencia.
Era como un gorrión. Su gorrión.
Pedro dejó la agenda sobre la mesa, giró la silla y miró a la nieve que caía con el ceño fruncido. Sabía que era una estupidez ponerse nervioso, pero eso era justamente lo que estaba haciendo y todo por culpa de Paula.
Paula también estaba muy nerviosa y era por culpa del señor Alfonso.
El gran jefe no estaba de buen humor esa mañana. Una pena. Quizá había tenido otra cita con aquella mujer, que parecía desesperada por decirle lo maravilloso que era.
-Idiota -dijo Paula, golpeándose la bota.
¿O estaría enfadado todavía por no haberle permitido ella que le dijera lo que podía o no hacer en su tiempo libre? «No vayas», le había dicho como si ella fuera de su propiedad. Y lo cierto era que debería haberle hecho caso, porque la velada había sido un desastre. Sí, el cenar con aquel arrogante y vanidoso Hernán había sido un desastre total y absoluto.
Paula  apoyó la cabeza en las manos y soltó un gemido.
Había sido una noche horrible. Por el vino que había pedido él, aun después de que ella asegurara que no quería beber; por el modo en que se le había acercado; por cómo le había querido dar un trozo de carne de su tenedor. ¡Como si ella fuera a querer metérselo en la boca después de que lo hubiera tenido él en la suya! Por no mencionar que su conversación era estúpida y excesivamente halagadora.
Paula intentó quitarse de nuevo su bota y ese hombre, se recordó, ese estúpido, era amigo del señor Uckermann. Su mejor y más antiguo amigo.
Eso le pasaba por pensar que su jefe era un tipo majo, aunque un poco torpe. Pero un tipo majo jamás podría tener una amistad duradera con alguien como Hernán Paz.
¡Maldita bota! ¿Por qué no podía quitársela? ¿Y cómo se atrevía a enfadarse el señor Alfonso porque se había retrasado quince minutos? Cuando pensaba en todas las veces que había llegado antes de que llegara él...
-El emperador Alfonso-dijo en voz baja y tiró con más fuerza de la bota-. ¡Oh! -exclamó, tirando de nuevo sin conseguir que la bota se moviera;
-¿Algún problema, Paula?
Ella bajó rápidamente el pie. El señor Alfonso estaba en la puerta, mirándola. Tenía los brazos cruzados y la estaba observando con una ceja arqueada, como si se divirtiera con la situación.
-No, señor.
Por supuesto que tenía un problema. No podía quitarse la bota y tenía la cara roja por el esfuerzo. Unos pocos mechones de su cabello se le habían salido de la coleta y le caían sobre las orejas. ¿Tenía el pelo rizado? Pedro  nunca se había dado cuenta. Ella siempre lo llevaba recogido.,
-Déjame ayudarte -dijo él, acercándose.
-No es necesario. Yo puedo...
Pero era demasiado tarde. Pedro ya estaba agachado delante de ella y había puesto la bota de ella en su regazo.
-De verdad, señor Alfonso...

3 comentarios:

  1. Qué genial está esta historia jajajaja me encanta.

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  2. Muy buenos capítulos! como le cuesta a Pedro admitir que le gusta Pau, esos celos!!!!

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  3. Ayyy esta rebuena esta historia ... me encanta, me da risa q Pedro se hace el que no le importa ella jajajajajja !!

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