lunes, 25 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 43

Ella había estado pensando todo el día en el incidente de la mañana y había llegado a la conclusión de que tenían que volver a la relación que tenían antes.
La próxima vez que viera a Pedro... al señor Alfonso le diría que lo mejor era que le volviera a tratar de usted y que él tenía que dejar de meterse en su vida y claro, nunca más debería besarla ni ponerle la mano encima.
Paula fue al servicio y se lavó la cara. Luego se miró al espejo y pensó una vez más que su rostro era de lo más normal. Finalmente, se retocó la coleta. No quería que se le escapara ningún rizo. Odiaba el pelo rizado. Le parecía demasiado desordenado y ella no era así.
Habría estado bien poder ponerse un poco de rímel, pero no había pensado que Martín hablara en serio cuando dijo que la llamaría al día siguiente. También habría estado bien haberse puesto un traje más elegante, a pesar de que no tenía mucho donde elegir. En su armario solo tenía un par de vestidos un poco menos formales. El que le había dicho a Pedro con encajes de seda y un vestido de dama de honor. El de seda se lo había comprado para la boda de Sofía y el otro para la de Camila.
El vestido de dama de honor estaba descartado, porque le estaba demasiado grande y no era muy bonito. Y el otro vestido era demasiado ligero para ese tiempo. Se helaría con él. Sin embargo, las mujeres que había en la fiesta el día anterior no parecían demasiado preocupadas por el frío. Como esa Clara.
Pero, claro, ella contaría con que algún hombre la haría entrar en calor al final de la noche y no cualquier hombre, ya que estaba claro que su objetivo era Pedro. ¿Se habrían ido juntos de la fiesta? ¿La habría hecho entrar en calor él con sus caricias y con su lengua?
-Basta -le dijo a su imagen reflejada en el espejo.
A ella no le importaba lo que Pedro hiciera con las demás mujeres. Además, ella iba a encontrarse en breve con Martín, que era un hombre por el que suspiraban muchas mujeres. Y era mucho más educado que Pedro. Martín no la había encerrado en ningún ascensor ni la había besado hasta dejarla sin aliento. No, con él las cosas habían sido mucho más tranquilas y ella lo prefería así.
Sí, estaba deseando volver a ver a Martín, se dijo, mirándose de nuevo al espejo mientras se lamentaba una vez más no haberse podido poner otra ropa. Finalmente, se soltó el pelo, se desabrochó un par de botones de la blusa y se recogió la falda.
Aquello le había funcionado la noche anterior. De ese modo, había conseguido atraer la atención de los hombres. Pero lo cierto era que ella no buscaba atraer la atención de los otros hombres, solo la de Pedro...
Paula parpadeó y luego volvió a recogerse el pelo, se abrochó la camisa y se bajó la falda.
-Esta es la verdadera Paula -se dijo-, así que o lo tomas, o lo dejas, Martín Gonzalez.
La Góndola era como el Chez Louis, pero en su versión italiana.
Era un sitio pequeño y débilmente iluminado, donde al parecer tampoco iba a entender el menú.
Pero qué importaba. Ella conocía lo que era el chianti y también la lasaña, así que no tenía por qué preocuparse y tampoco debía sentirse inferior por el hecho de que la mayoría de las mujeres que estaban cenando allí fueran muy bien vestidas. Ni que se hubieran pasado la tarde en la peluquería y maquillándose. Ella era una mujer educada y con una conversación inteligente.
Sin embargo, seguramente eso no le serviría de nada. Lo más inteligente sería salir corriendo de allí cuanto antes. Pero ya era tarde. Martín la había visto y se había levantado de su mesa para recibirla.
-Paula, querida, al fin has llegado -dijo, juntando su mejilla con la de ella.

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