viernes, 29 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 61

- ¿Falta mucho? Porque cuando yo era pequeño había una vecina, la señora Rossini, que hacia una salsa muy rica. El olor llegaba hasta la calle, pero recuerdo que tardaba horas en hacerla.
Paula  movió la salsa con una cuchara de madera.
- No, esto no tardará tanto.
- Es que tengo más hambre que un oso.
- ¿y dónde vivías cuando tenías de vecina a la señora Rossini? ¿En Pensilvania?
-¿Cómo lo sabes?
-Lo dijiste cuando veníamos de camino.
- Ah. Pues sí, me crié allí.
- Yo no lo conozco.
-No hay mucho que ver. Solo hay árboles, más árboles y minas de carbón.
- ¿Minas de carbón? Eso suena interesante.
-No lo es -replicó él, apartándose de la cocina-. Creo que vamos a tener tiempo de sobra para sentamos delante del fuego y saborear el vino.
- De acuerdo. Será muy agradable.
Pedro se imaginó en frente del fuego, sentado al lado de Paula con un brazo alrededor de sus hombros y ella con la cabeza apoyada sobre su pecho...
- El problema es que no creo en las cosas eternas -dijo sin pensar.
-Lo sé, Pedro -replicó ella sin demostrar la más mínima sorpresa.
-¿Sí? Te deseo, Paula. ¡Maldita sea! Te deseo tanto que me duele -dio un paso hacia ella-, pero no quiero hacerte daño. No estoy seguro de lo que esperas de esta noche.
Paula  había estado pensando en ello mientras preparaba la comida, así que no tardó mucho en contestar.
-Esta noche... -comenzó, mirándolo fijamente a los ojos- lo único que espero esta noche, Pedro... es lo que me has prometido. Lo que dijiste que me enseñarías. .
Pedro  agarró la copa de ella y la dejó sobre la mesa.
- Ven aquí -le ordenó con suavidad. Paula  continuó mientras le acariciaba la espalda -, eres una mujer muy guapa.
-No tienes por qué mentirme. Sé que no soy...
-Pero es que es cierto -susurró él, apartándole el pelo y acariciándole el cuello con la boca-. Eres guapa y muy dulce.
-Pedro-suplicó ella, cerrando los ojos-. Yo no... no sé lo que quieres de mí.
Pedro agarró las manos de ella y se las pasó por detrás de la cabeza.
-Solo tienes que hacer lo que tú quieras.
-Sí, pero yo...
Pedro  la besó con suavidad, rozando sus labios con la ligereza de una pluma. Paula contuvo el aliento.
-¿Pedro? Pienso que no...
- No pienses, Paula. Es lo que tienes que hacer, no pensar. Solo siente.
Los ojos de él eran profundos y oscuros. Ella pensó que podría ahogarse en ellos y perderse allí para siempre.
-¿Pedro? Quizá tenías razón y venir aquí ha sido un er...
El corazón de Paula  comenzó a palpitar a toda velocidad.
-Pedro. Pedro, escucha. He dicho que a lo mejor hemos cometido un error viniendo...
Pedro cubrió la boca de ella con la suya y acarició sus labios con la punta de la lengua.

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