lunes, 11 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 71

Cuando los tres estuvieron tomando café, el señor Alfonso le habló a Paula  de la llamada de teléfono y la visita que había recibido de uno de los ejecutivos de Pedro, Bill, el que Paula recordaba por su actitud crítica hacia su jefe.
— Se muere de ganas por tener ese poder —comentó Germán riendo—. Creo que tiene lo que hace falta para echar a Pedro y ocupar su lugar. Yo le he dicho que me lo pensaría. Me imaginé que tú también vendrías a verme.
—Te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí y Pedro lo apreciará también, aunque me imagino que eso no te importa.
—No es mal chico cuando está lejos de Ana.
—Hay muchas cosas que no sabes sobre ella —dijo Paula, frunciendo el ceño—. No te haría mal conocerla algún día. Ella no es lo que parece.
—Creía que era tu peor enemiga —replicó Germán, sorprendido.
—Y yo también, pero ya no me lo parece.
Estuvieron charlando unos minutos y entonces, el señor Gimenez y ella se marcharon tras haberle dado las gracias a Lawrence por su apoyo y tras prometerse que se mantendrían en contacto.
—Es un buen tipo —dijo el señor Gimenez de camino a casa.
—Sí, un verdadero ganadero, en el mejor sentido de la palabra —comentó—. Creo que me gustaría tener un rancho propio.
—Cómpratelo. Te lo puedes permitir.
—Sí, pero no me puedo permitir vivir en él. Mi vida se hace más compleja día a día. Si dejo la empresa, estaré defraudando a Juan. No puedo hacerlo. Por otro lado, no estoy dispuesta a que Joaquín, o Pedro, me la quiten.
—Maneja los hilos como tú quieras. Recoge los ases y luego negocia con tus propias condiciones. Puedes hacerlo. Por cierto —añadió, tras una pequeña pausa—, Pedro quiere casarse contigo.
—Lo sé.
—Te podría ir peor.
—Y a él también. Soy muy rica.
—Ésa no es la razón por la que quiere casarse contigo. Adora al niño. Hasta un ciego sería capaz de verlo.
—Quiere que deje a Franco con él cuando regrese a Chicago.
—No es mala idea. Yo me puedo quedar con ellos.
—Pedro y tú se matarían el uno al otro.
—No lo creo. Estamos empezando a comprendernos. Además, él me necesita para terminar su recuperación. No me dará muchos problemas.
El señor Gimenez iba a lamentar muy pronto sus palabras.
En cuanto Pedro supo que Paula empezaba a hablar de marcharse, empezó a mostrarse muy impaciente y malhumorado en las sesiones de fisioterapia. Deseaba regresar al trabajo. Se sentía furioso porque el médico no le dejaba conducir. Entre queja y queja, no hacía más que lanzar maldiciones. No excluía a Paula ni a su hijo. Estaba de muy mal genio y éste degeneraba cada hora.
—Tienes a toda la casa desquiciada —le dijo Paula, furiosa con él—. ¡Tienes que dejar de gritarle a todo el mundo!
—No estoy gritando a nadie. Simplemente quiero volver a trabajar. ¡No puedo ocuparme de mis asuntos por teléfono!
— ¿Y por qué no? Así es como lo estoy haciendo yo.
—Gimenez no hace lo que le pido y ni siquiera me deja ir a mi ritmo.
—Eso se debe a que tú propio ritmo te devolverá de cabeza al hospital. Quieres ir demasiado deprisa.
—No soporto no avanzar... Me siento tan débil, Paula.
Aquél era el problema. Principalmente, Pedro odiaba depender de otras personas. Como sabía que ya no se iba a quedar paralítico, se iba poniendo cada vez más irritable e impaciente.
Paula sonrió y se acercó a él.
— ¿Por qué no descansas un poco? Es muy temprano y el señor Gimenez se acaba de marchar para llevar a Franco al colegio —dijo ella. Se acercó a él y le rodeó la cintura con un brazo—. Has perdido peso —comentó, mientras se dirigían hacia la cama. Al menos, ya podía andar bien. Había hecho muchos progresos.
—He estado enfermo. Tú también estás más delgada —observó él, apretándole los hombros con un brazo—. ¿Es que no comes lo suficiente?
—Claro que sí. La señora Dougherty y tu madre nos están mimando demasiado a Franco  y a mí.
Pedro no comentó nada al respecto. Las cosas aún seguían muy tensas entre Ana y él. Pedro no había hecho ningún esfuerzo por mostrarse amistoso hacia ella.
—Franco me lee una historia todas las noches — murmuró secamente—. Estoy deseando que llegue el momento de que se marche a la cama.
—Te adora, Pedro.
—Sería difícil no darse cuenta de ello —dijo cuando llegaron a la cama. Entonces, se giró para colocarse cara a cara con Paula—. ¿Me adoras tú también?
—Con todo mi corazón —contestó ella. Se puso de puntillas y le besó suavemente.
Pedro le mordisqueó los labios con exquisita ternura y lentitud, sonriendo al ver que ella le seguía el movimiento de la boca y trataba de mantenerla contra la suya.
—Te gusta esto, ¿verdad? A mí también, Paula. Me encanta el modo en el que abres la boca cuando te la toco, el modo en el que tiemblas cuando sientes la lengua entre los labios...
Paula  gimió de placer con sólo oírlo. Entonces, él le colocó las manos sobre las caderas y la colocó de manera que sintiera la excitación de su cuerpo.
—Es tan agradable —murmuró él, estrechándola con más fuerza—. Levántate contra mí.
—Te haré daño.
—No, no me harás daño. Hazlo.
Paula lo obedeció, intentando no hacerle perder el equilibrio.

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