sábado, 16 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 5

Le gustaba la sobriedad con que había aceptada el aumento. Sin dar grititos de alegría, ni mover las manos, ni saltar exclamacianes del tipo «Oh, Pedro».
Eso sería lo que harían las mujeres con las que él se citaba normalmente. Ásí era como recibían los ramos de rosas y cada caja de la joyería Tiffany que él les regalaba.
-No -dijo acercándase a ella-. Gracias a ti, Paula.
Le dio un golpecito suave en la espalda. Esa era otra cosa que le gustaba de su secretaria. Su postura. Paula se ponía muy derecha, no ponía posturas perezosas ni colocaba las caderas hacia delante. Muchas mujeres en Nueva York se colocaban como si estuvieran en una carrera.
Pero su Paula no… y de repente, se preguntó qué efecto tendría esa postura en su cuerpo. ¿Le proyectaría hacia delante los pechos? Pedro no podía asegurar. Tanto en verano como en invierno, ella vestía de traje. Trajes de tweed casi siempre, como el que llevaba ese día, que era de color marrón, haciendo juego con su cabello. Y al igual que siempre, llevaba la chaqueta cerrada, haciendo que su cuerpo fuera un misterio. Sus pechos podían ser del tamaño de pelotas de ping pong o de melones. ¿Quién podía saberlo? ¿Y a quién le importaba? Desde luego a él no. Sí, era un verdadero placer trabajar con una mujer que era tan eficiente como poca atractiva.
- Lo digo en serio. Eres la mejor secretaria que he tenido jamás.
Paula se aclaró la garganta.
-En ese caso, señor...
-¿Sí? -Pedro hizo una mueca. Era evidente que el aumento de sueldo no le parecía suficiente. Aquello le sorprendió un poco. Paula jamás se comportaba así, pero si creía que merecía mas dinero lo tendría.
- Está bien, cobrarás doscientos más a la semana. ¿está mejor así?
La mujer se ruborizó.
-Cien es suficiente, señor Alfonso-se echó hacia atrás y alzó la barbilla-, pero preferiría que mi puesto fuera el de asistente personal, en vez de secretaria.
-¿Sí?
- Me parece que estaría más acorde con mis funciones.
- Muy bien, me parece bien.
-Gracias otra vez, señor.
-No hay de qué -dijo Pedro-. Pero quiero que me asegures que no me lo pides por tu currículum vitae.
-¿Por qué lo dice?
-No estarás buscando trabajo, ¿verdad?
-Desde luego que no, señor. Ya le he dicho que es porque creo que ese cargo describe mejor el trabajo que hago replicó ella, horrorizada.
Así que su pequeño gorrión tenía ego... Bien, eso no tenía nada de malo.
-Desde luego, tu trabajo se merece una recompensa.
«Oh, ese matiz dulzón y empalagoso», pensó Paula, sonriendo. Cosa no muy fácil de hacer cuando se sentía como si se estuviera arrojando a los pies de Pedro, de ese tipo tan egoísta. Si le pudiera decir todo lo que pensaba de él... Pero no podía. Un trabajo tan bueno como aquel no era fácil de encontrar. Tenía bastante responsabilidad, le pagaban excelentemente y suponía que, comparándolo con otros hombres, Pedro Alfonso era un buen jefe. Pero se preguntaba si él se imaginaba de veras lo valiosa que era para él...

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