miércoles, 13 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 78

Juan jamás apuñaló a nadie por la espalda ni siquiera por el bien de esta empresa —concluyó. Joaquín se sonrojó y bajó los ojos—. Ahora, les ruego que voten. Tendrán que elegir entre dos gusanos rastreros y especializados en negocios sucios. Lo único que en realidad tendrán que decidir será el sexo del que quieran que se ocupe de los negocios nacionales de esta empresa.
Todos los presentes ahogaron una carcajada. A continuación, votaron. El abogado de la empresa se encargó de contar los votos. —Dos en contra. El resto a favor. Parece que el gusano va a ser la dama. Paula se echó a reír. —Gracias, caballeros. No se pueden imaginar lo que esto significa para mí. Jaoquín suspiró y se inclinó sobre la mesa. En aquel momento, uno de los directivos salió de la sala porque lo llamaban por teléfono. Paula decidió esperar para dar su noticia hasta que el hombre regresara. —Lo siento, Paula. Tienes razón. Ha sido juego sucio. Juan estaría avergonzado de mí. —De los dos —afirmó ella—. Ahora, antes de que se disuelva esta junta, tengo algo más que anunciarles —añadió, decidida a no esperar más. Todos se quedaron atónitos al ver que Paula sacaba un sobre y lo colocaba en el centro de la mesa. — ¿Qué es eso? —preguntó Joaquín. —Mi dimisión —contestó ella con una sonrisa—. Dimito como vicepresidenta a cargo de los asuntos nacionales. —Pero si te acabamos de dar un voto de confianza —exclamó uno de los directores. —Lo sé y lo agradezco. Sin embargo, mis prioridades han cambiado últimamente. Estoy pensando en mudarme a Billings para aceptar una fusión de otra clase. Espero ser feliz y estar muy ocupada en los años venideros. Mantendré mi puesto en la junta de Gonzalez,a lo que me dan derecho la voluntad de Juan y las acciones que tengo en esta empresa. Sin embargo, la próxima vez que alguien acuda a Alfonso Properties con una OPA, quiero que sepan que estaré en el lado opuesto. —Que Dios nos asista —comentó Jaoquín entre risas. —Tendrá que hacerlo —afirmó Paula. Entonces, extendió la mano para que Joaquín la estrechara—. Lo siento, pero tenía que marcharme en mis términos. A ti te irá bien. Sólo tienes que delegar un poco más. Los negocios se han convertido en tu vida. Tienes que tomarte tiempo para poder mirar el mundo que te rodea. —Los negocios son lo único que necesito. Gracias —dijo él, muy solemnemente. —De nada. — Sólo veo un beneficio en todo esto —añadió, cuando estuvieron solos. —¿De qué se trata? —El señor Gimenez y su lagarto se irán a vivir contigo a Billings. Yo podré comprarme un perro. Mientras se dirigía al coche, Paula  sonreía de felicidad. Sonrió al directivo que había salido de la sala de juntas y que aún estaba hablando por teléfono. Ella no se percató del repentino nerviosismo del hombre.
—Acaba de pasar —dijo él, a la persona que le escuchaba al otro lado del teléfono—. Te he llamado en cuanto he podido. —Voy a una reunión y no estaré disponible durante el resto de la tarde. Menos mal que me has pillado — dijo Pedro Alfonso—. ¿De qué se trata? —Te tiene bien sujeto. -¿Cómo? —Pau Gonzalez. Ha mostrado suficientes poderes como para hacerse con el control de tu empresa y los ha utilizado para obligar a la junta a darle un voto de confianza. Evidentemente, ha decidido que el mejor modo de acceder a esos minerales es siendo la dueña.
Pedro  lanzó una maldición. Se sentía atónito, herido y dolido por la traición de Paula. Se había adueñado de su empresa mientras estaba viviendo debajo de su propio techo. ¿Se habría acostado con él para distraerlo? ¡Maldita fuera! No había hecho nada más que tramar en su contra desde que había llegado a Billings. Por último, acababa de darle una puñalada en la espalda. —¿No puedes detenerla? —le preguntó el directivo. —No lo sé, pero te aseguro que necesitará una buena armadura cuando regrese aquí. —En estos momentos se dirige al aeropuerto. —Gracias. Cuando entre en mi casa, tendrá un recibimiento que no olvidará jamás. Te debo una.
Aquella noche, una cansada Paula regresó a Billings en el avión privado de Gonzalez. Antes, había llamado al señor Gimenez para que él fuera a recogerla al aeropuerto. Jamás se había sentido tan feliz en toda su vida. Lo único que le quedaba ya por hacer era hablar con Pedro y confesarle lo que había hecho. Al ganar el control de la empresa de Pedro, podría haber fastidiado la fusión personal que tanto deseaba, pero esperaba y deseaba que no fuera así. Que Pedro fuera lo suficientemente adulto como para aceptar la derrota y no dejar que el orgullo los separara.

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