lunes, 18 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 12

¿Estaría enferma?
-No podía ser -se dijo en voz alta.
Paula no había estado enferma ni un solo día desde que trabajaba con él. Era cierto que el día anterior había comentado que estaba un poco resfriada, pero una hora después había aceptado encantada la invitación a cenar de Hernán Paz.
-Enferma -repitió.
Era más probable que se hubiera acostado tarde, después de haberse tomado alguna copa de más. ¿Quién sabe dónde la habría llevado Herrera a cenar? ¿Y a qué hora la habría llevado de vuelta a su casa? Eso si la había llevado... y no era que a él le importara. Lo que hiciera ella en su tiempo libre no era asunto suyo. Eso sería lo que le diría en cuanto apareciera. Lo principal era cuándo decírselo, si antes o después de despedida.
De asistente personal al paro en veinticuatro horas. ¿Y por qué esperar a que la señorita Chaves apareciera para echarla? La podía echar ya en ese momento.
Pedro esbozó una sonrisa al agarrar el teléfono, pero entonces la sonrisa se convirtió de nuevo en una expresión sombría. ¿Cuál era su número de teléfono? ¿Y dónde vivía? ¿En el centro? Él disponía de toda esa información, ya que ella había rellenado un montón de impresos al empezar a trabajar allí, pero ya no se acordaba.
¿Por qué iba a hacerlo? Ella, hasta que Hernán lo estropeó todo, había sido la empleada perfecta. pedro nunca había tenido motivos para pensar en ella una vez se marchaba a casa. Pero en ese momento sí que estaba malgastando su tiempo, pensando en ella en vez de sentarse y comenzar a trabajar. Y no porque estuviera pensando en Paula,ni en donde había ido con Hernán, ni en si se lo habría pasado bien o no, ni en si Hernán se habría ido con ella después, ni en si la razón por la que no había ido al despacho a su hora sería que estaba aún en los brazos de aquel canalla...
-Hijo de mala madre -dijo Pedro entre dientes.
Abrió el listín y buscó el teléfono de ella y allí estaba también su dirección, escrita con su letra cuidadosa. Vivía en Manhattan, o sea, que podía llegar allí enseguida sin importarle si estaba en ese momento haciendo algo con Poncho o no.
Atravesaría las calles cubiertas de nieve. Luego la despediría, fijándose en la expresión de su cara mientras se lo decía.
Pedro esperó impacientemente a que contestaran al otro lado de la línea.
-Buenos días, señor Alfonso -Contestó ella finalmente.
-Me alegra que piense que son buenos, señorita Chaves-dijo él con frialdad y de repente, se dio cuenta de que la voz no procedía del teléfono, sino que había llegado desde detrás de él. Así que colgó despacio y se volvió.
Ella estaba en la puerta y tenía sobre el pelo varios copos de nieve, que empezaban a derretirse y brillaban en su pelo castaño... castaño, pero con un matiz dorado que haría que cualquier hombre pensara en la miel y en una mañana de invierno...

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