jueves, 28 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 59

Paula abrió su puerta.
-Gracias por avisármelo -replicó ella con frialdad. .
Pedro  dio un suspiro y pensó que era una suerte que hubiera un sofá en el salón.
Pedro salió antes que ella y abrió la puerta que comunicaba el garaje con la cocina. La casa estaba oscura y fría. Pedro encendió el termostato Y las luces de toda la casa antes de volver a la cocina.
Paula estaba donde la acababa de dejar y, al verla allí de espaldas, se emocionó ligeramente. Parecía perdida, pequeña y sola...
Pero no era cierto. Paula se dio la vuelta y lo miró con frialdad.
- Té traeré las cosas -afirmó él.
-¿Qué cosas? ¿Te refieres a lo que compraste hoy?
-Sí.
- No te molestes, no son mías. Las elegiste tú, las pagaste tú, así que puedes devolverlas.
Pedro se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo de la chaqueta.
- Ya hemos hablado de esto, ¿lo recuerdas? En Saks.
-¿Cómo me iba a olvidar con la escena que montaste?
-Yo simplemente te dije que tenías que considerarlo como un regalo.
- Y yo te dije que no iba a hacerlo.
- Maldita sea, no quiero hablar otra vez de esto. Yo quise comprarte...
Paula se quitó el abrigo y Pedro no fue capaz de terminar la frase. Casi se había olvidado de cómo le quedaba aquel vestido rosa y las botas de tacón alto.
-Fue idea mía -continuó-, así que es ridículo volver a discutir sobre ello. Tú nunca habrías comprado toda esa ropa si yo no hubiera...
Él no pudo evitar preguntarse de repente qué llevaría ella puesto bajo aquel vestido. ¿Cómo no lo había pensado antes?
- Te repito que no voy a quedarme con esa ropa -aseguró ella. .
-Sí que vas a quedarte con ella.
-No.
- Vas a hacerlo y no hay más que hablar -Pedro se quitó la chaqueta y la arrojó sobre una silla-. Voy a encender la chimenea. ¿Por qué no miras a ver si puedes preparar algo de comer?
-Ya entiendo. Como tú eres el hombre, tienes que encender el fuego, mientras que como yo soy la mujer, tengo que abrir la lata de sopa.
-¿Quieres encender tú la chimenea? Estupendo. Estoy dispuesto a que cambiemos las tareas.
Paula levantó la barbilla.
-No, gracias, yo me encargaré de la comida. ¿Para qué arriesgarse? –Paula se volvió y Pedro  se quedó mirándola.
-Mujeres -murmuró en voz baja.
Media hora después, Pedro  estaba sentado en la alfombra con las piernas cruzadas y ante un fuego crepitante.
Se sentía un poco mejor. Le relajaba el fuego. Además, un aroma exquisito comenzó a llegar desde la cocina.
Suspiró y pensó en las horas interminables que les quedaban por delante. Sería mejor intentar sacarles el mejor partido. Por eso añadió otro leño al fuego, se puso de pie y se dirigió hacia la pequeña bodega que había en una de las paredes de la estancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario