domingo, 10 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 69

Siempre sabía que así era, aunque, por supuesto, me costó sacarlo.
— ¿Quieres ver el resto de lo que has sacado? —sugirió él, tocando suavemente la sábana que le cubría las caderas.
—Me lo imagino. Ahora, descansa un poco.
—No habrá posibilidad de eso a menos que te metas aquí conmigo.
—Si lo hiciera, no descansarías.
— Sigues siendo tan hermosa como lo eras hace seis años —suspiró él—. Cuando estemos casados, podrás despedir a Gimenez.
El repentino cambio de tema la hizo reaccionar.
— ¿A qué te refieres con eso de despedir al señor Gimenez? Ni hablar.
—No pienso vivir con él. Mi hijo va a tener un padre, no un sustituto lleno de cicatrices.
—Las tendrás si tratas de despedir al señor Gimenez.
— ¿Es tu amante?
—Creo que podrías responderte esa pregunta tú solo —le espetó ella—. ¿O acaso no recuerdas lo mucho que me costó el día después de que fuéramos al campo de batalla?
Pedro  apretó la mandíbula. Por supuesto que se acordaba. Le había hecho daño y lo había hecho demasiado rápido, demasiado bruscamente.
—No será así la próxima vez —le prometió—. No te volveré a hacer daño.
—Oh, pedro... No me lo hiciste...
—No sé que extraña fiebre se apoderó de mí. Dos años de abstinencia, los recuerdos de cómo había sido en el pasado... Todo eso me abrumó. Sin embargo, no tenía derecho alguno a poseerte de esa manera. Ni siquiera te pregunté si lo deseabas. Lo tomé.
— Sabías que sí lo deseaba. No me importó. Te amo...
—El amor no incluye esa clase de insensibilidad — afirmó él, apretando la mandíbula—. Significa dar placer al igual que tomarlo —susurró, acariciando el rostro de Paula con infinita ternura—. Quiero amarte. ¿Lo comprendes? No me refiero al sexo por el sexo o a la pasión febril. Quiero amarte con mi cuerpo.
Paula se echó a temblar. Lo que Pedro decía, lo que hacía, era tan profundo que el cuerpo empezó a arderle con ello.
—Pedro... —susurró.
—Maldita sea mi espalda... ¿Te importaría marcharte? Tengo algunas partes de mi cuerpo sometidas a una completa agonía.
—Lo siento. Si estuvieras en mejor forma, podría hacer algo al respecto... —susurró ella con mirada picara.
—Lo que deseo que hagas ahora es que me prometas que no te vas a volver a marchar —le preguntó él con la mirada muy preocupada.
—Voy a tener que regresar a Chicago —dijo ella—, al menos durante un tiempo. Tengo obligaciones y responsabilidades.
—En ese caso, deja a Franco conmigo.
Aquel pensamiento no se le había ocurrido. No estaba segura de cómo podría funcionar, aunque Franco adoraba a su padre y parecía estar muy feliz con su abuela. Al mirar a Pedro, se preguntó si no sería otro complot contra ella, un modo de quedarse con Franco. ¿Habría sido sincero en todo lo que le había dicho?
—Estoy viendo lo que estás pensando —dijo él, observándola atentamente—. Que te voy a robar a Franco y te voy a apartar de su lado. ¿No es así? —añadió.
Paula  se quedó completamente atónita—. Eso me había parecido. Tenemos un largo camino por recorrer, ¿verdad, cielo? No confías en mí.
—No te conozco.
—Eso es cierto. Muy bien, me esforzaré en eso. Tal vez pueda encontrar el medio de convencerte de que lo único que quiero no es sólo Franco. También te quiero a ti, y no sólo por el delicioso cuerpo que me da tanto placer.
—Te advierto que no acepto órdenes.
—Lo harás —afirmó él con una sonrisa.
Aquellas palabras enfurecieron a Paula. Se levantó y se dirigió hacia la puerta, maldiciéndose por la debilidad que él le provocaba.
—Estás frustrada, mujer —dijo Pedro, recostándose sobre los almohadones—. Te aseguro que me puedo ocupar de ese problema con relativa facilidad cuando pueda volver a mover bien la espalda...
— ¡Eres un presumido!
—Voy a mirarte todo el tiempo —susurró, recorriéndola de los pies a la cabeza con una mirada de posesión que la dejó atónita—. Te dejaré agotada, y cuando termine, no querrás dejarme. Jamás volveremos a separarnos.
—No estás jugando limpio...
—No estoy jugando, cielo —replicó él con expresión sombría.
Paula no pudo encontrar una respuesta a aquella afirmación. Se sentía demasiado vulnerable en aquellos momentos.
—Que duermas bien —dijo. Entonces, abrió la puerta.
—Tú también. Buenas noches, mi niña.
Paula detuvo y se volvió para mirarlo. Vio que él estaba sonriendo. Después de un momento, ella también sonrió. Cerró la puerta y subió a su cuarto.
A la mañana siguiente, Franco entró corriendo en el salón, en el que Ana y una somnolienta Paula  estaban desayunando. La señora Dougherty ya les había llevado a Franco y a Pedro una bandeja a la habitación de éste.
—Mami, ese hombre me ha dicho que me puedo quedar con él mientras tú te vas a Chicago. ¿De verdad que puedo?
— ¿Ese hombre?
-¡Sí! ¡Mi papi!
Al escuchar aquellas palabras, la mano de Ana, que estaba sujetando una taza de café, empezó a temblar. La dejó sobre la mesa y los miró a ambos.
—Sí, claro que te puedes quedar con tu papi.
Franco miró a Ana y frunció el ceño.
—Tú eres la mamá de mi papá. ¿Significa eso que eres mi abuela?
—Sí —murmuró Ana casi sin poder hablar.
El niño se acercó a ella y se le apoyó contra las piernas, mirándola con inocente fascinación.
—Jamás antes he tenido una abuela. ¿Me quieres?
—Oh, sí... Claro que te quiero.
—También te puedo leer historias, si quieres —dijo el niño—. A mi papi le gusta que le lea.
—Estoy segura de ello —musitó Ana, casi sin poder respirar.
Franco sonrió y salió corriendo del comedor, dejando solas a las dos mujeres.
—Se lo dije anoche —le explicó Paula.
Ana se estaba secando las lágrimas con una servilleta.
—Gracias —dijo—. Dadas las circunstancias, no esperaba...
— ¿Qué circunstancias? —Preguntó Paula—. No eres tan mala.

3 comentarios:

  1. que lindo .. "MI PAPI" muero por saber si Paula lo deja o no ...
    Muy buenos los capitulos Naty

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  2. 'Ayyy mi vida Franquito !! Que li da familia vam a ser.. ya quiero que ae casen ❤

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  3. Ayyyyyyyyyyy, qué tierno Franco diciendo "mi papi". Ojalá Pau se entregue pronto a su amor.

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