martes, 12 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 74

—El doctor Bryner me dijo que mucha proteína ayuda a fortalecer los músculos. Tráeme un filete. Tengo que ponerme fuerte muy pronto.
—En ese caso, te traeré uno bien grande —prometió ella—. Ahora, descansa.
— ¿Quieres que llame al doctor Bryner y le pregunte si hacer el amor puede considerarse como parte de tu terapia?
—Es mejor que no. Podría creer que tienes malas intenciones con respecto al señor Gimenez.
— ¡Maldita seas! —exclamó, arrojándole una almohada.
Cuando salió de la habitación, se encontró con el señor Gimenez por el pasillo y tuvo que ahogar una sonrisa al imaginarse a Pedro echándole miraditas al corpulento guardaespaldas.
— ¿Guerra de guerrillas? —preguntó Gimenez.
—No, sólo una pelea de almohadas —respondió ella, sonriendo.
El señor Gimenez  sonrió también mientras entraba en la habitación de Pedro. Si eran capaces de reírse juntos las cosas iban camino de solucionarse.
—De ahora en adelante, piénsatelo antes de doblar el número de ejercicios, ¿quieres?
Pedro asintió con una picara sonrisa. Sin embargo, cuando el señor Gimenez le mencionó lo ocurrido a Paula, ella se sintió muy culpable. Evitó ir a ver a Pedro, encontrando una excusa muy legítima en sus asuntos de negocios.
Pedro se dio cuenta y se enfadó por ello. Igual ocurrió con una llamada que realizó a su despacho al día siguiente por la mañana. Estuvo hablando con Brad Jordán, su vicepresidente.
—Existen rumores de que nos van a absorber —le recordó Jordán—. Los empleados están presa del pánico y alguien está extendiendo el rumor de que tú no puedes venir a trabajar.
—¿De quién se trata? —preguntó, furioso.
—No lo sé. Estoy tratando de descubrirlo. Los poderes y las acciones cambian de manos diariamente. Yo ya no puedo mantenerme al día.
—Pues es tu trabajo —le recordó Pedro—. Estaré allí la próxima semana, me autorice o no el médico. Díselo a todo el mundo. Te aseguro que van a rodar cabezas si descubro quién está tratando de hacerme esto.
—Eso lo haré yo mismo. ¿Estás mejor?
—Sí. Ya casi no tengo dolor y me pondría a correr si me lo permitieran los malditos médicos.
—Me alegro de que te lo hayan dicho. No me gustaría llevarte a la próxima reunión del consejo en un ataúd.
—Muy gracioso. Bueno, como sí puedo utilizar el teléfono, me pondré a trabajar con algunos de esos poderes. Tal vez pueda convencer a Germán de que me apoye si le prometo un toro nuevo.
—Eso es chantaje.
—Lo que sea, si funciona. No puedo perder mi empresa ahora. Mantenme informado.
—Lo haré. Que te mejores.
Ana fue a ver a Pedro minutos más tarde. Lo encontró triste y deprimido. Cuando le preguntó qué le ocurría, él no quiso contestar. No quería implicar a su madre en aquella pelea. Encendió un cigarrillo, el primero desde que había regresado a casa.
—Tráeme un cenicero, por favor.
Anase lo llevó y se sentó en la silla que había enfrente de la que ocupaba él.
—He estado posponiendo esto —dijo—. Pensé que era mejor para ti ocultarte la verdad. Eso es lo único que parece que he hecho en los últimos años. Algunas veces, resulta difícil recordar que el niño que solía mecer por las noches se ha convertido en un hombre hecho y derecho que ya no necesita protección. Algún día te ocurrirá a ti lo mismo con Franco.
—No lo dudo. Estoy recibiendo un curso intensivo sobre cómo ser padre. Decías que tenías que contarme algo.
—Sí... es sobre tu padre.
Pedro se echó a reír fingiendo ignorancia.
— ¿Me vas a decir que tenía otros pecados aparte de la infidelidad?
—No, pero yo sí.
Durante la siguiente media hora, Ana le contó todo lo que ya le había contado Paula. Cuando terminó, Pedro contuvo el aliento.
— ¿Y por qué no me dijiste todo esto hace años?
—Tenía mucho que aprender. La lección ha sido larga y difícil. Lo siento. Te he costado mucho más de lo que te podré pagar nunca.
— ¿Amaste a mi padre?
—No. Lo siento. Jamás lo quise. Sin embargo, a ti sí que te quise mucho. Tanto como Paula, aunque con un sentimiento más maternal.
—Entonces, debe de tratarse de un sentimiento muy poderoso.
— ¿Acaso sabes ya lo que siente por ti?
—Siempre lo he sabido. Últimamente ha sido un poco más evidente. Creo que ni siquiera durmió cinco minutos durante la semana que me pasé en el hospital ni cuando me trajeron a casa. Sí, claro que sé lo mucho que me quiere —añadió con los ojos oscurecidos por los recuerdos.
—Tienes mucha suerte de ser amado así.
—Yo no sabía nada sobre tu infancia —dijo Pedro, tras mirarla con nuevos ojos y nuevo respeto—. No recuerdo que lo mencionaras nunca.
—Estaba demasiado avergonzada, aunque sólo soy responsable de mis propios pecados, no de los demás.
—No estás tan mal —comentó Pedro con una sonrisa—. Franco te adora.
—Lo he notado —afirmó Ana  muy contenta—. También me lee por las noches.
—Mi hijo es un niño muy especial.
—Así es. ¿Se van a casar Paula y tú?
— Por supuesto. Espero que sea pronto. Tal vez haya alguna pequeña complicación.
— ¿Te refieres a la empresa?
—Por supuesto. A pesar de todo, tengo que evitar que Paula se quede con mi empresa, aunque no creo que pueda hacerlo. De hecho, estoy seguro de que va a perder esta batalla.
Ana guardó silencio, pero le daba la sensación de que Pedro podría estar subestimando las capacidades de Paula. Tras haber visto cómo solucionaba todo en el hospital, se imaginaba perfectamente cómo sería en los negocios. Iba a ser una competidora formidable.
—Estoy segura de que ella se casará contigo ocurra lo que ocurra. Franco y ella te quieren mucho.
—Y yo a ellos. Por cierto, ¿dónde está Paula? Estaba esperando que viniera a ver cómo estoy.
—Lleva casi toda la mañana hablando por teléfono. El señor Gimenez comentó algo de que tal vez tuviera que regresar a Chicago.
— Sabía que eso ocurriría muy pronto. Dile que tengo que hablar con ella, ¿quieres?
—Muy bien.
Cuando Ana se puso de pie, Pedro le agarró la mano.
—Te quiero mucho, mamá. A pesar de todo, eso no ha cambiado nunca.
—Lo mismo digo yo —dijo ella con una temblorosa sonrisa.
—No pienso volver a pensar en el pasado. Tal vez Paula tenía razón cuando dijo que la verdad lo limpia todo.
—Es una mujer muy especial —afirmó Ana—. Siento no haberle dado una oportunidad hace seis años.

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