jueves, 14 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 83

— Sí... Tu rostro tiene mejor color que la semana pasada, pero aún sigues muy pálida. ¿Comes bien?
—Sí. Cuando no te estoy maldiciendo.
Pedro sonrió y apagó el cigarrillo.
—Si regresas a casa conmigo, te volveré a hacer el amor —susurró con voz profunda—. Ahora ya no nos tendremos que conformar con una vez, dado que tengo la espalda curada.
—Unas cuantas horas de placer... Eso es lo único que yo he significado siempre para tí. ¡No pienso volver a acostarme contigo! Y tampoco voy a vivir contigo.
—¿Te acuerdas de la noche antes de que te marcharas a Chicago?
—Basta...
—A mí no se me olvida. Fue lo más erótico que hemos hecho nunca juntos. Tan lento y suave...
—No pienso seguir aquí sentada escuchándote.
—Te sentaste mucho más cerca de Gimenez.
—Estaba muy disgustada. Él me había concertado una cita que yo no quería con el doctor Bryner.
—Me alegro. No tienes buen aspecto.
—Muchas gracias —replicó ella, enfadada—. Yo también te quiero.
—Claro que me quieres, ¿verdad? Me lo has dicho una y otra vez —musitó él. Sintió que había llegado el momento de decir la verdad—. Paula, tú vales millones para mí. Eres vicepresidente de una empresa mucho más grande que la mía. Estás acostumbrada a tomar decisiones, a dar órdenes, a hacerte cargo... Yo te podría haber ofrecido el matrimonio cuando sólo eras una camarera en mi restaurante y me habría sentido cómodo. Sin embargo, ofrecérselo a la viuda de Juan Gonzalez es algo muy diferente. ¿Qué puedo darte yo que tú ya no tengas? ¿Cómo te puedo pedir que dejes un imperio para venirte a vivir a Montana y conformarte con ser mi esposa y la madre de Franco?
—Pero me ofreciste matrimonio —dijo ella, asombrada.
—Sí, pero sabía que estaba soñando. Te deseo desesperadamente. No te miento. Cuando te veo con Franco, se me pone la piel de gallina pensando lo que podría ser tenerte en mi casa todo el tiempo. Sin embargo, sé que es sólo un sueño. Como tú me has dicho en alguna ocasión, tienes obligaciones y responsabilidades. Estás acostumbrada a ser ejecutiva. Después de eso, quedarte en casa con tu hijo no te resultaría satisfactorio. Si quieres regresar a Chicago, no me opondré. Me gustaría ver a Franco de vez en cuando. Si me dejaras tenerlo algún fin de semana o tal vez durante unos días en verano... — concluyó él, poniéndose de pie. Tenía un dolor muy intenso reflejado en la mirada.
— ¿Qué es lo que estás diciendo?
—Que por fin he comprendido lo que has estado tratando de decirme desde el principio. Que ya no eres la adolescente que yo conocía. Hasta hoy, no me he dado cuenta de lo que egoísta que he sido. Sin embargo, no es demasiado tarde para corregir errores. Regresa a Chicago con Gimenez  y Franco si eso es lo que quieres. Seguramente estás mejor sin mí —musitó. No quería pensar en el hijo que ella llevaba en las entrañas porque, si lo hacía, sabía que se volvería loco — . Adiós, mi niña...
Tras mirarla una vez más, se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta. Se le escapó un sollozo de la garganta al ver que el pasado se repetía de nuevo.
— ¡No! —gritó ella—. ¡No! ¡Si te vuelvo a perder, no quiero seguir viviendo!
Pedro  se dio la vuelta con el rostro lleno de alegría. —¿Qué es lo que has dicho? Paula extendió los brazos.
—Que te amo —musitó con el rostro lleno de lágrimas—. No me importa lo que tú tengas que ofrecerme. ¡Quiero vivir contigo! Por favor, no te vayas...
Pedro regresó a su lado y se arrodilló ante ella. Paula se apretó contra su cuerpo, temblando. Entonces, giró la cabeza para buscarle la boca. Cuando la encontró, gimió de placer cuando los cálidos labios de Pedro le devolvieron la pasión que ella le transmitía.
Él levantó la cabeza y vio que Paula tenía el rostro ruborizado y radiante. Le tocó la mejilla con dedos temblorosos y se sentó a su lado sobre el sofá. Entonces, volvió a abrazarla, de manera que ella tuvo que apoyar la mejilla sobre el firme torso y sentir así los latidos del corazón de Pedro.
—Encontraremos la manera —dijo él, acariciándole suavemente el cabello—. Me puedes dejar a Franco cuando tengas que irte de viaje de negocios. Gimenez puede viajar contigo y cuidarte...
—No lo comprendes. Lo he dejado.
—¿Que has dejado qué?
—Mi trabajo —contestó, sonriendo a pesar de las lágrimas al ver la expresión de asombro del rostro de Pedro—. Les he dicho que Joaquín haría mucho mejor trabajo que yo y que presentaba mi dimisión. Les dije que tenía una fusión de otro tipo en mente.
—No me lo habías dicho...
—No me diste oportunidad. Desenfundaste las pistolas en cuanto llegué de Chicago. No pude conseguir que me escucharas.
—Recibí una llamada de teléfono...
—De uno de nuestros directivos. Sí, lo sé. Abandonó la reunión antes de que terminara.
—No puedo asimilarlo... ¿Lo has dejado todo por mí? ¡Esa empresa lo era todo para tí!
—No. Lo eres tú. Y nuestro hijo —afirmó ella—. Además... hay otra cosa, Pedro —añadió con voz preocupada.
— Sí, claro que hay algo más —repitió él, colocándole la mano sobre el vientre.
—¿Lo sabes?
—Sí —respondió él, besándola muy dulcemente—. Esta vez no me voy a perder ni un segundo. Cuidaré de tí.
Paula se sintió llena de felicidad. Le tocó los labios con la punta de los dedos y los delineó.
—Oh, te quiero tanto... No sabía cómo iba a seguir con vida si tú me dejabas escapar una segunda vez.
—Mi madre me ayudó a ver las cosas claras. Se puso furiosa porque yo te dejé marchar.
—Tu madre y yo nos hemos unido mucho —dijo Paula sonriendo—. Entre las dos cuidaremos de tí.
—Te he echado tanto de menos... Todos los días, todas las noches... Cuanto más tiempo permanecías lejos, más te echaba de menos. Hasta que empecé a encontrar razones que no existían. Temía perderte. Cuando tenías vienteún años, creía que eras demasiado joven para amar. Cuando descubrí quién eras realmente, me aseguré que tú no te conformarías con la única vida que yo podía ofrecerte.

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