domingo, 10 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 67

Estuvo pensando todo el día en este detalle y en sus responsabilidades laborales. No ayudaba en nada que Pedro no preguntara por ella. Se sentía culpable por no verlo, pero se volvía demasiado vulnerable en su presencia. No le gustaba estar fuera de control.
Franco no la ayudó mucho en aquel respecto.
—Ese hombre dice que no vas a verlo —le dijo el niño con mirada acusadora—. Está enfermo. ¿Es que no te importa?
—Claro que sí —respondió Paula—, pero él no me necesita. Disfruta mucho más de tu compañía.
—Eso no es cierto. El señor Gimenez y él discuten constantemente. ¿Por qué se parece ese hombre a mí?
Franco no hacía más que realizarle aquella pregunta. Paula  estaba pensando en qué decirle cuando el niño volvió a preguntar.
—Juan Gonzalez no era mi verdadero padre, ¿verdad?
— ¿Quién te ha dicho eso?
—El señor Gimenez. Bueno, yo se lo pregunté. El señor Gimenez  jamás dice mentiras. Ese hombre se parece tanto a mí...
Paula apretó los dientes. Se sentía furiosa con el señor Gimenez. Además, los niños inteligentes resultaban más difíciles.
—Efectivamente, ese hombre es tu verdadero padre, cariño.
—Por eso se parece a mí —observó el niño, aceptando la información sin ninguna reacción visible.
-Sí.
—Me alegro —dijo con una sonrisa—. Me cae bien. ¿Podemos vivir con él?
—Mira, Franco...
La repentina aparición del señor Gimenez la libró de contestar.
—Es hora de irse a la cama, Franco—anunció el señor Gimenez. Paula agradeció la llegada del guardaespaldas, pero se sentía muy molesta con él y no lo ocultó—. ¿A qué viene esa mirada?
—Ya sabe que Juan no era su padre.
—Jamás me dijiste que no se lo dijera. Yo no miento nunca.
—Eso ya lo sé, pero lo has complicado todo. Ahora quiere saber por qué no vivimos con su papá.
El señor Gimenez le dedicó una sonrisa.
—Buena pregunta. ¿Por qué no?
Antes de que Paula pudiera encontrar una respuesta, el señor Gimenez se marchó con Franco.
Paula tenía que realizar muchas llamadas de teléfono, por lo que quedó levantada más tarde que de costumbre. Cuando terminó, permaneció sentada tras su escritorio durante un largo tiempo, pensando. Había dejado que su vida se enredara tanto con la de Pedro que ya no sabía cómo iba a desenredarla. Además, Franco ya sabía lo de su padre. Una mayúscula complicación.
Se marchó a la cama mucho después de que todos estuvieran dormidos. Todos menos Pedro. Cuando Paula pasó por delante de su dormitorio, la llamó. Como tenía la puerta entreabierta, no había podido pasar de largo.
— ¿Sigues escondiéndote de mí? —le preguntó con una sonrisa burlona.
—Yo no me estoy escondiendo.
—Cuéntame otra historia.
Paula se acercó a la cama, cansada, triste y algo pálida por las noches que había estado acostándose muy tarde.
—Dios, pareces agotada —dijo él—. ¿Por qué no duermes?
—No he podido desde tu accidente. Supongo que es como estar subida en una calesita.
— ¿Quieres dormir conmigo?
Los latidos del corazón de Paula se aceleraron. Sólo el pensamiento le ruborizó el rostro y caldeó su frío espíritu.
—No hay ataduras, Paula. Ni presiones.
—No tiene por qué haberlas, ¿lo sabes? —replicó—. Lo único que siempre has tenido que hacer era tocarme.
Pedro extendió la mano y tomó la de ella. Entonces, tiró y la hizo caer sobre la cama con él.
—Ahora, escúchame —dijo muy serio—. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que yo me siento tan indefenso como tú?
—No —confesó ella—. Supongo que jamás me he parado a considerar tu lado de la historia. Siempre he sabido que me deseabas, aunque odiaras ese mismo deseo.
—Mírame.
Paula  se obligó a mirarlo y quedó fascinada por la expresión que vio en sus ojos. Como había dicho Ana, parecía un hombre nuevo.
—No va a haber más sexo —dijo—. Al menos, no por un tiempo. Además de porque no puedo hasta que se me cure del todo la espalda, existe otra consideración. Quiero tener una relación contigo, una relación de verdad, basada en intereses comunes y en el placer por tener la compañía del otro. Quiero conocerlos a ti y a mi hijo.
— ¿Hablas en serio? —preguntó ella, asombrada.
— Sí. Durante mi recuperación, he tenido mucho tiempo para pensar. Supongo que, a lo largo de los años, me he vuelto muy cínico sobre las mujeres por lo que creía que me habías hecho. Desde que he averiguado la verdad, el mundo ha cambiado. ¿Me perdonas?
Paula se echó a llorar.
— ¿No... no debería ser al revés? —susurró—. Regresé aquí con la intención de vengarme. Destruí tu relación con tu madre y amenacé tu empresa. Hasta te negué a tu propio hijo...
—Oh, cariño —musitó Pedro, estrechándola contra su torso—. Daría cualquier cosa por poder volver atrás en el tiempo, por deshacer lo hecho. Si hubiera sabido lo del niño, jamás te habría dejado marchar. ¡Jamás!
—Tú no me creíste —murmuró ella entre sollozos.
—Lo sé. No quería creer que pudiera haber otra cosa que no fuera deseo. Entonces, descubrí lo joven que eras y la culpabilidad comenzó a corroerme por dentro. No tardé ni dos días en darme cuenta de lo que había desperdiciado, pero entonces ya no pude encontrarte.
—Cuando yo te escribí y no recibí contestación, me rendí —susurró Paula, colocando suavemente la mano sobre el pecho de él—. Estaba empezando a recuperar mi vida cuando Juan murió. Después de eso, mi trabajo se convirtió en todo, junto con la venganza.
— ¿No hubo más hombres?
_No —respondió ella—. ¿Acaso no sabes que es muy difícil compararse contigo? Por mucho que Juan me amara, siempre... siempre estabas tú.
—Paula —musitó Pedro, acariciándole suavemente el cabello—. Para mí también eras siempre tú...
— ¿De verdad? —Preguntó ella con una carcajada—. ¿Cuántas mujeres te hicieron falta para darte cuenta?
—No digas eso... No sabes lo mucho que me avergüenzo de esas mujeres. Además, a pesar de lo que tú puedas pensar, hubo muy pocas. Me culpo por esos años perdidos. No sabía lo mucho que me amas y temía arriesgarme...
—Tal vez tuvieras razón. Desde entonces, han pasado muchas cosas.
—Sí. Tú creciste y te convertiste en una magnate de los negocios.
Paula se echó a reír. Entonces, le rozó el torso con los labios y sintió que él se tensaba. Le deslizó la mano sobre un pezón y se lo cubrió suavemente.
—¿Es así con el resto de las mujeres?
—Ya sabes que no. Paula, yo... yo no he estado con una mujer desde hace dos años, al menos hasta aquel día que fuimos al campo de batalla. El sexo ya no me resultaba satisfactorio. Perdí interés. Hasta que tú regresaste... Por eso te deseaba tanto. Recuerdo que muchas veces te he tratado sin ternura ni respeto. Eso también se ha terminado. Decía en serio lo que te dije antes. La próxima vez que hagamos el amor, voy a ser tierno y exquisito contigo. No seré rápido ni brusco.
—Ten cuidado, Pedro. Si sigues así, me vas a hacer pensar que sientes algo por mí —comentó ella con una temblorosa sonrisa.
Pedro no le devolvió la sonrisa, sino que se le pintó un extraño brillo en los ojos.
—¿Y por qué no lo ibas a pensar? Es cierto. Siento algo por tí.
Paula se sintió como si estuviera volando. Pedro jamás le había dicho algo así antes. Entonces, él le tiró del cabello e hizo bajar la boca de Paula sobre la de él. Tierna y suavemente, comenzó a besarla. Ella se rindió antes de que él le separara los labios. Pedro le enmarcó el rostro entre las manos y fue haciendo que el beso fuera apasionándose hasta que ella comenzó a sentir pequeñas sacudidas en el cuerpo. Entonces, se reclinó y suspiró
—Jamás lo habíamos hecho así, ¿verdad? Más y más. Es como si dos almas se estuvieran tocando.
—Sí —susurró ella.
—Ahora, es mejor que te vayas a la cama —le dijo—. No quiero estropear lo que estamos construyendo juntos. Te deseo desesperadamente, pero no es el momento.

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