sábado, 30 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 65

-Caliente no es un adjetivo que nos guste mucho a las mujeres, Pedro.
-Una mujer no tiene que comportarse como una dama cuando hace el amor, Paula.
-¿No?
- No. ¿Por eso estás así, porque no te comportaste como una dama?
Hubo un silencio prolongado.
-Quizá.
-Cariño, escucha. Una dama es justo lo que un hombre no quiere en la cama.
Pedro esperó, pero Paula no contestó nada.
- ¿Paula? Cariño, por favor, abre la puerta. Te prometo que la próxima vez será mejor.
-No habrá una próxima vez. Y sí... si la... hubiera, ¿cómo podría ser mejor? ¿Cómo? -añadió ella en voz baja.
Pedro se levantó despacio.
- Abre la puerta y te lo demostraré.
Pedro  esperó y, tras unos segundos, la puerta se abrió y Paula  asomó la cabeza.
-Creo que lo mejor sería que me fuera a casa. -Pedro esbozó una sonrisa
- ¿y cómo vas a volver tú sola a tu casa, gorrión?
Paula  abrió más la puerta y salió al pasillo. Pedro la miró y no pudo evitar estremecerse. El cabello de Paula  estaba revuelto, el color de la barra de labios había desaparecido por los besos y se le había corrido el rímel.
Estaba preciosa.
-Mírate -ordenó él con voz ronca, acercándose y secando sus lágrimas suavemente-. Has arruinado el trabajo de aquella mujer que te maquilló.
- No estaba tan bien y no tardó más de dos minutos en maquillarme.
- Ven a sentarte conmigo al lado de la chimenea.
-De verdad que quiero irme a casa.
-Pues no vas a poder hacerlo.
Pedro  la condujo al salón, pensando en que lo único que quería era volver a hacerle el amor, pero sabía que antes tendría que seducirla. Despacio y con ternura, hasta que ella se muriera de ganas, como ya él se estaba muriendo.
Pedro se sentó en el sofá y trató de sentarla sobre su regazo, pero ella se negó.
- Prefiero sentarme en la silla.
-¿Cómo voy a poder besarte desde aquí si tú estás sentada en esa silla?
-Pedro, dijiste que ibas a enseñarme... cosas. Ya lo has hecho. Ya has...
Entonces tiró con más fuerza de ella, haciéndola caer en su regazo, y la silenció con un beso. Ella gimió y se abrazó a él. Luego se apartó.
-No, con una vez ya ha sido suficiente, Pedro, de verdad...
-De verdad, gorrión - susurró él, agarrándola por la cintura-, una vez nunca es suficiente.
-Pues esta vez sí. Y además, tenemos que cenar. La salsa y los espaguetis...
-Al diablo con la cena -replicó Pedro en un susurro que provocó un escalofrío en Paula-. Bésame, Paula.
Como no lo hizo, fue él quien la besó. El calor de su boca, su sabor, la hizo casi marearse.
-Pedro, para. Haces que me sienta...
-¿Qué? Dime cómo te sientes. Quiero saberlo -agarró su rostro entre las manos-. Quiero saber lo que te gusta y las cosas que quieres que te haga.
«Todo», pensó ella. Quería que Pedro le hiciera de todo.
-¿Esto? -preguntó, besándola de nuevo-. ¿Y esto? -susurró, acariciando sus senos-. ¿Y esto también? -murmuró, pasando los pulgares suavemente por los pezones-. Ah, gorrión, gorrión, te deseo tanto...
Paula gimió y lo abrazó para después besarlo. Ella también lo deseaba. Deseaba su boca, sus manos, su cuerpo... pero también su alma y su corazón...
De repente, apartó la boca de la suya.
-No -dijo sin aliento, levantándose.
Pero Pedro se levantó también y la agarró.

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