domingo, 17 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 8

Ella se sonrojó mientras se apartaba de él.
-Eso no será necesario, señor. Le aseguro que soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma.
-Estoy seguro de ello. Y ahora, vete a casa, Paula.
-Pero si son solo las cinco menos cuarto -Alfonso volvió a sonreírle, como queriendo dejar claro lo maravilloso que era.
- Me las arreglaré sin ti. No te preocupes y vete a casa. Hasta mañana.
-Gracias, señor Alfonso.
-Que descanses, Paula.
Pedro cerró la puerta y se sentó ante su escritorio. Maldita sea, qué mujer más trabajadora. Casi le había obligado a sacarla a rastras del despacho. Y no le habría sido muy difícil hacerlo, ya que era una mujer bastante pequeña y delgada. No le costaría nada subir las escaleras de su dúplex con ella en brazos para llevarla a su dormitorio. Entonces, podría descubrir lo que ocultaba bajo esos trajes que llevaba siempre.
Frunció el ceño mientras agarraba un cuaderno de notas. Era sorprendente lo que un cerebro cansado podía llegar a pensar. Decidió que lo mejor sería pasar las dos horas siguientes escribiendo algunos informes que luego dejaría sobre la mesa  de Paula para que ella los mecanografiara a la mañana siguiente.
Estuvo trabajando en los informes y empezó a esbozar cómo iba a encauzar su reunión en San Diego.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Pedro  levantó la vista y consultó su reloj. Eran más de las cinco y Paula se había ido. Nadie más podía...
Malena, pensó de repente. Le había telefoneado durante la hora de la comida de Paula. Había levantado el auricular al mismo tiempo que se activaba el contestador automático para escuchar aquella voz susurrante que en un tiempo le había excitado tanto, pero que en esos momentos solo conseguía irritarlo.
Volvieron a llamar a la puerta. Quizá podía hacer como que no había nadie.
-¿Pedro?
Se abrió la puerta y apareció Hernán, un tipo con el que había trabajado durante su primer año en Nueva York.
-Pedro, ¿qué diablos ocurre? ¿Te creías que era un acreedor tuyo o qué?
Pedro  se puso en pie y fue a darle la mano. A pesar de que no habían llegado a hacerse amigos íntimos, se alegraba de verlo.
-¿Cómo no has dicho que ibas a venir a la ciudad? Te habríamos hecho una recepción como te mereces. .
-No supe que iba a venir hasta el último momento -explicó Hernán, sonriendo-. Parece que la vida te trata muy bien.
-A ti también -Pedro le dio un golpe cariñoso en el brazo-. ¿Cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?
- Solo esta noche. Mañana por la mañana tengo que volver a Chicago.
-¡Qué pena! Tengo una cena de negocios. Pero deja que llame y...
-No, no te molestes. Pero podemos tomar una copa, si te da tiempo.
-Claro que sí. ¿Quieres que salgamos o tomamos algo aquí? ,
- Podemos beber algo aquí. ¿Tienes cerveza?
-Claro que sí.
Pedro fue a la mini nevera y sacó dos botellas de cerveza. Los dos dieron un buen trago después de brindar.
-¿Cómo te va todo, entonces? -le preguntó Pedro a Hernán.
-Estupendamente, ¿y a tí?
-También muy bien -Pedro  dio un suspiro-. Bueno, si no fuera por un pequeño problema -se inclinó confidencialmente hacia su amigo-. En realidad, ¿sabes por qué no he contestado cuando has llamado a la puerta? Porque creía que eras otra persona.

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