martes, 26 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 50

Paula cerró los ojos y apretó los labios.
- Te odio, Pedro Alfonso susurró con resignación mientras apretaba el botón.
Había pensado en la posibilidad de peinarse, ponerse las zapatillas y lavarse la cara rápidamente.
Pero en lugar de ello, abrió la puerta, se cruzó de brazos y esperó. .
Pedro apareció segundos después y a Paula le dio un vuelco el corazón. No le había visto jamás sin traje, pero aquel día llevaba botas de cuero, pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero negra. Pero en realidad eso no le importara en absoluto. No tenía ninguna gana de encontrarse con él...
Aun así, el corazón de Paula  comenzó a latirle a toda velocidad cuando él le sonrió.
- Buenos días, Paula.
- A mí no me parece que tengan nada de bueno.
-Eso es lo que más me gusta, que me reciban por la mañana con alegría.
Lo que no se había esperado era que Paula lo recibiera descalza y en pijama. Él estaba acostumbrado a los camisones, las batas de seda y las zapatillas de tacón ¿Por qué le excitaría de ese modo el ver unos pies descalzos y un pijama ancho? Bueno, no tan ancho, porque los pechos suaves de Paula se adivinaban bajo la tela gastada, casi podía intuir los pezones...
Pedro frunció el ceño.
- Teníamos una cita y parece que acabas de salir de la cama.
- Nuestra cita era a las diez. Además, he cambiado de opinión.
- Sí, me lo imaginaba.
Paula lo miro alarmada cuando vio que él pasaba de largo.
-¿Donde vas?
-Busco la cocina. Hay una, ¿no?
-Sí, pero...
Pedro dejó el periódico sobre la mesa, junto con un paquete blanco.
- Traigo dos cafés, dos bollos de nata y dos donuts de mermelada. Mi penitencia por haber llegado antes de tiempo -le explico, cruzándose de brazos-. Pensé que era una buena idea para que no te echaras atrás.
- No me he, como dices tú, rajado. Pero por otra parte, no me apetece comenzar el día con una sobredosis de hidratos de carbono.
-No hay problema. Yo me comeré los donuts.
Pedro miro a su alrededor. Trataba de fijar la vista en cualquier cosa para evitar mirar a Paula, que era una masa de rizos sedosos y una boca rosa. ¿Como sabría aquella boca sin el carmín con el que se pintaba ella siempre los labios?

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