lunes, 11 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 72

El deseo que sentía hacia Pedro  había empeorado, no mejorado. La abstinencia les estaba resultando muy dura a ambos, pero ella había comenzado a sentir el efecto en sus propios nervios. Una noche entre los brazos de Pedro  probablemente sólo serviría para empeorar las cosas, pero lo necesitaba como nunca lo había necesitado antes.
Pedro se colocó la frente de Paula sobre el pecho y le besó suavemente el cabello.
—Podrías tumbarte a mi lado —susurró—. Te podría guiar las manos sin que me supusiera un gran esfuerzo para la espalda.
— Sólo que al final... no podrías —musitó ella, sonrojándose—. Quiero decir que cuando...
— ¿Cuando empezara a sentir el orgasmo quieres decir? No, no podría controlar el cuerpo —murmuró, pensando en el placer que podría tener—. Oh, Dios, es tan dulce... Es como morir...
-Sí...
Paula se aferró a él, dejando que los senos se aplastaran contra su duro torso. Pedro le besó suavemente ojos, nariz y boca. Mientras lo hacía, le metió las manos por debajo de la sudadera que ella llevaba puesta. No llevaba sujetador, por lo que él sonrió al notar lo que encontraban las manos. Finalmente, le levantó la sudadera para poder verle los pechos.
Paula  contuvo el aliento al notar cuan suavemente la acariciaba Pedro. Con los pulgares estimulaba los pezones sin dejar de mirarla, para ver cómo ella reaccionaba ante aquellas caricias tan sensuales, temblando y gimiendo.
—Siempre has tenido los senos muy sensibles. Me encanta notarlos contra los labios. Solía soñar sobre el aspecto que tenías la primera vez que te besé en ellos, la mezcla de sorpresa y placer que se te reflejó en los ojos, los febriles temblores del cuerpo.
—Tú no sabías que era mi primera vez...
—Al principio no. A la mayoría de las mujeres les cuesta aceptar mi cuerpo. Unas cuantas tuvieron miedo al verme excitado. Sin embargo, aprendí que si iba lento y suave, la mayoría podía terminar acogiéndome. Por eso, no me di cuenta al principio de que eras virgen.
—Yo no sabía... Yo jamás había visto a un hombre así, a excepción tuya.
Pedro se inclinó para besarla.
—Ve a cerrar la puerta con llave —susurró—. No discutas, por favor —añadió—. Vamos a tumbarnos juntos unos minutos, nada más. No pienso arriesgar los progresos que he hecho, pero te necesito desesperadamente.
Paula no pudo negarse. Resultaba tan agradable tener intimidad con él... Fue a la puerta y la cerró con llave. Al darse la vuelta, vio cómo Pedro se desnudaba muy lentamente. Tenía una erección plena y ella lo miró adorando tan descarada masculinidad, que encajaba a la perfección con su musculoso cuerpo.
—No puede haber otro hombre tan perfecto como tú.
—Ni una mujer tan perfecta como tú. Desnúdate...
Con manos temblorosas, Paula empezó a desnudarse. Pedro no apartó los ojos ni un solo instante, para no perderse detalle. Mientras lo hacía, el cuerpo le vibraba de pura necesidad.
—Hace ya tanto tiempo, mi niña. -Sí...
Paula  se acercó a él y gimió de placer al notar el contacto con su caldeada carne. Muy tiernamente, él comenzó a acariciarla, haciéndola rotar contra la evidencia de su deseo.
—Túmbate conmigo...
Los dos se acostaron. Entonces, ella se colocó frente a él, acariciándole el torso, los hombros y los fuertes brazos con las manos.
—Deslízate un poco —susurró él mientras le besaba un seno.
— ¿Hacia arriba? -No.
Paula se deslizó hacia abajo y entonces se dio cuenta de lo que él tenía en mente. Con una mano, le agarró el muslo y le colocó la pierna por encima de su propia cadera. Al mismo instante, con la mano que le quedaba libre, la apretó contra su cuerpo y, un segundo después, ella notó cómo se hundía en su cuerpo. —Pedro, no, es demasiado pronto. —Calla. Estoy dispuesto a correr el riesgo... Le besó los párpados, cerrándoselos así. Sin dejar de acariciarla, impregnó a su cuerpo un ritmo tan lento como las mareas.
— Siénteme... Siente cómo te lleno tan completamente...
Pedro  sonrió y le besó suavemente el rostro, sin dejar por ello de moverse con el mismo y suave ritmo. —No me duele —afirmó.
De todos modos, habría olvidado cualquier dolor al sentir cómo el cálido cuerpo de Paula lo acogía.
Oyó sus suaves gemidos a medida que fue incrementando el ritmo y notó que ella se le agarraba con fuerza. Levantó la cabeza porque quería verle el rostro. Era una máscara de indescriptible placer, con los ojos medio cerrados y ciegos por la necesidad.
—Pedro... —susurró ella. De repente, abrió los ojos—. Te amo...
—Sí... Sigue, cariño... Suave... Tan suavemente... Tomame por entero, Paula.
Pedro  iba profundizando lentamente sus movimientos. Ella empezó a gemir de placer a medida que empezó la espiral de gozo. Se olvidó de todo menos de lo que él le estaba dando. La ternura era deliciosa, el éxtasis increíble. Jamás habían compartido algo similar. Paula jamás había creído que dos personas pudieran unirse tan completamente, que cuerpos y mentes pudiera fundirse en un colorido torbellino de perfección.
—Déjate llevar, cariño —susurró él—. Déjate llevar, Paula... Está bien, está bien... ¡Está bien!
Paula gimió de placer y se dejó llevar. Entonces, oyó que él gritaba, pero lo único que ella podía hacer era concentrarse en el propio placer de su cuerpo al sentir las sacudidas del placer. Sabía que le estaba haciendo daño con las uñas. Estaba segura. Se obligó a soltar las manos. Estaba temblando completamente. Ni siquiera era capaz de respirar sin gemir. Había perdido por completo el control de su cuerpo.
—Pedro... —susurró. Abrió los ojos y vio que él estaba temblando y que tenía los ojos aún cerrados—. Pedro, ¿te encuentras bien?
—Sí —respondió él, abriendo los ojos fin. Su voz sonaba completamente agotada por el placer—. ¿Y tú?
—Bien.
— ¿Sólo bien?
—En realidad, no puedo encontrar las palabras.
—Yo tampoco. El amor debería ser así, Paula. Una unión increíble. Lo que acabamos de hacer es mucho más que sexo. Es la entrega total.
—Lo sé. Me asustó un poco...
—No tienes por qué —afirmó Pedro, acariciándole el cabello—. No quiero que vuelvas a tener miedo.

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