domingo, 10 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 68

—Yo también te deseo —afirmó Paula, sonriendo—, pero... Quiero lo que me prometiste. Jamás hemos sido tiernos el uno con el otro.
—Lo que quieres decir es que yo jamás he sido tierno contigo. Sin embargo, creo que ahora puedo serlo. Tu placer es más importante para mí que el mío propio. ¿No te pareces que eso es el principio del amor?
Paula contuvo las lágrimas. Era amor. Jamás había esperado que Pedro se lo ofreciera. Jamás había esperado más que el deseo que él prendía en ella.
—Ahora, dame un beso y vete a la cama —dijo él.
Paula se inclinó y obedeció. Cuando lo besó, la boca le temblaba desesperadamente.
—Te amo tanto... —susurró con un hilo de voz.
—Lo sé —dijo Pedro, tirando de ella para poder besarle los párpados con infinita ternura—. Esta vez no permitiré que te marches. Si lo haces, te seguiré sin dudarlo. Hasta los confines de la tierra si es necesario.
—¿Estás seguro de que no son los analgésicos los que te hacen hablar así?
—Espera hasta que me ponga de pie y te deje responder esa pregunta por ti misma.
—Muy bien —afirmó ella, suspirando de puro placer— . Pedro.. se lo he dicho a Franco.
— ¿Decirle qué?
—Que eres su verdadero padre.
— ¿Crees que ha sido una buena idea?
—Aparentemente, el señor Gimenez  le dijo hace mucho tiempo que Juan era su padrastro. Yo no lo sabía. Pensé que tenía todo el derecho de saber la verdad. Juan siempre me dijo que tendría que decírselo algún día. Me pareció el momento adecuado.
— ¿Y qué dijo?
—Que se alegraba mucho, porque te pareces a él.
—Eso es cierto, ¿verdad? El mismo cabello y los mismos ojos...
—Y el mismo mal carácter —murmuró ella secamente.
—Es cosa de familia. Mi madre también lo tiene. ¡Maldita sea!
—Tu madre ha sufrido también mucho. Ella no es el ogro que yo solía creer que era. Tal vez deberías considerar sus sentimientos. No ha tenido una vida fácil.
—¿Acaso sabes tú algo que yo no sepa? —le preguntó Pedro, frunciendo el ceño.
—¿Sabes algo de su infancia o del hombre del que estaba enamorada?
-No.
—En ese caso, es mejor que tengas una larga charla con ella —replicó Paula—. Por su bien y por el tuyo. No conoces en absoluto a tu madre y es una pena. Es mucho más agradable de lo que parece.
—Es culpa de mi padre, ¿sabes?
—No del todo. Estaba desesperadamente enamorada de otro hombre. Decidió olvidarse de él y casarse con tu padre porque tenía miedo de la pobreza.
— ¿Era pobre? ¿Mi madre? —repitió él, atónito.
—Pobre y poco querida. No debes decirle que lo sabes. Tiene que contártelo ella. Me dijo que te había guardado muchos secretos, pero que éste te haría odiarla.
A continuación, Paula le contó a Pedro todo lo que Ana le había dicho a ella sobre su infancia, sobre su amor perdido... Pedro escuchó atentamente. Cuando Paula terminó, estaba muy pálido, pero había una luz nueva en sus ojos.
—Jamás pude querer a mi padre —susurró—. Lo culpaba por la infelicidad de mi madre. Creo que ni siquiera lloré cuando lo enterraban. En aquellos momentos, me pareció extraño. Hubo ocasiones en las que me pareció que yo podría ser adoptado, pero sabía que tenía que ser mi verdadero padre porque yo siempre lo favorecía, igual que Franco hace conmigo... ¿Querrás darme algún día otro hijo cuando pueda ayudarte a concebirlo? Tal vez, en esta ocasión podríamos tener una hija con tu cabello  y ojos .
—Yo... Me gustaría —susurró Paula, muy emocionada—, pero, en estos momentos, las cosas son muy complicadas.
—Sólo hasta que yo vuelva a ser el mismo de antes —afirmó Pedro—. Entonces, te quitaré esos poderes y nos casaremos.
—No me lo has pedido...
—Ni te lo pediré. Lo pondremos en la forma de una apuesta. Si yo recupero el control de mi empresa, te casarás conmigo. Si tú consigues echarme, podrás poner tus propias condiciones.
Paula sonrió.
—Entonces, ¿voy a tener que pelear con Joaquín y contigo a la vez?
— ¿Qué quieres decir con Joaquín también?
— ¿No sabías que mi estimado cuñado quiere echarme a patadas de la empresa de Juan? También me vengaré de él. No me gusta que me apuñalen por la espalda personas que fingen quererme. Especialmente los que son parientes.
—Sabía que Joaquín iba a mover ficha, pero no sabía que tú lo supieras.
— ¿Me lo habrías dicho?
—Puede ser —respondió Pedro, entrelazando los dedos con los de ella—. Me estaba gustando imaginarte verte abandonando el mundo de los negocios para dedicarte exclusivamente a tener a mis hijos.
El rostro de Paula dejó de reflejar ira y se le iluminó.
— ¿Y dejar las altas finanzas y el poder hacer dinero?
—Tienes dinero más que suficiente, pero sólo un hijo. Franco no debería ser el único.
—Bueno, tendrás que esperar primero a que se te cure la espalda —le recordó—. Además, no pienso rendirme sin presentar batalla. No te voy a devolver los poderes. Tendrás que quitármelos. Y Joaquín también.
—No me importa —comentó él, riendo —. Un hombre necesita unos cuantos desafíos para mantenerse vivo. ¿Te gustaría dormir entre mis brazos esta noche? —añadió, tras apartarle un mechón de cabello de la frente.
—Más que nada en el mundo, pero es demasiado pronto.
—Muy bien. Nos lo tomaremos con calma —dijo él, muy sensualmente.
—Eso será un buen cambio.
—¿Sabes que, de todas las mujeres con las que he estado y que, en mis días de adolescencia fueron bastantes, tú eres la única que pudo acogerme por completo? —le preguntó. Paula se sonrojó y desvió la mirada—. ¿Te sientes avergonzada? ¿Por qué? A mí siempre me pareció que significaba algo el hecho de que fuéramos tan compatibles en la cama. Y eso que no sabía ni la mitad. Que teníamos un hermoso hijo. Te prometo hablar con mi madre —añadió, cambiando de tema—. No le digas nada de lo que me has dicho. Dejaré que sea ella quien se sincere conmigo.
—Eres un buen hombre —afirmó Paula con una sonrisa—.

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