sábado, 9 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 63

— Ahora me siento mucho mejor. Gracias. Sabes cómo convencer a la gente.
—Mi junta de accionistas estaría seguramente de acuerdo contigo. Espero que Franco no esté saltando encima de la cama de Pedro.
—Estoy segura de que Pedro no se lo permitiría —comentó ella mientras servía los huevos—. Dicen que la confesión es buena para el alma. Debe de serlo, porque me siento mejor de lo que me he sentido desde hace años.
Mientras las dos mujeres hablaban de Pedro, él estaba observando cómo su hijo colocaba meticulosamente los cubiertos y la servilleta sobre la mesilla de noche. Sonrió al ver que el niño fruncía el ceño con un gesto muy similar al suyo.
— ¡Ya está! —Exclamó Franco por fin—. Mi mamá está preparando galletas. ¿Te gustan?
—Mucho —respondió Pedro.
Franco se acercó un poco más a la cama y observó a Pedro con abierta curiosidad.
—Te pareces a mí —dijo.
—Sí. ¿Te gustan los caballos? —le preguntó para cambiar de tema.
—Sí, pero nosotros no podemos tener un caballo. Vivimos en la ciudad.
— ¿Tienes alguna mascota?
— Sólo a Tiny. Quería tener un perro, pero mi mamá me dijo que tendríamos que esperar hasta que yo fuera un poco mayor. Tu mamá me ha dicho que puedo jugar con tus soldaditos de juguete. ¿Te parece bien?
-Claro.
—Supongo que tú no querrás jugar también, ¿verdad?
—Tal vez.
— ¿De verdad? —preguntó el niño muy contento.
-Sí.
— ¡Iré a por ellos!
—Espera un minuto, pequeño—le dijo Pedro, riendo—. Vamos a desayunar primero. Estoy muerto de hambre.
—Muy bien. Te pareces a mi mami.
— ¿Quieres desayunar aquí conmigo?
— ¿Me dejas?
Pedro se sintió muy alegre. A su hijo le gustaba su compañía.
—Si tú quieres, claro que sí. Sin embargo, es mejor que se lo consultes primero a tu madre.
—A ella le caes muy bien —confesó el niño—. Lloró cuando dijeron que tú estabas en el hospital. ¿Está enamorada mi mami de tí?
Al escuchar aquella pregunta, Pedro sintió que algo se despertaba dentro de él porque conocía la respuesta como si la tuviera grabada en el alma.
—Sí, mucho. ¿Te importa?
—Bueno, supongo que no. ¿Te caigo yo bien?
-Oh, sí.
—Entonces, está bien. Ahora, iré a decirle a mi mami que voy a desayunar aquí.
—No le digas de lo que hemos hablado.
—Muy bien.
Pedro se recostó contra los almohadones, vibrando con las nuevas sensaciones. Paula lo amaba. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero estaba convencido de ello. Cerró los ojos y pensó que, pasara lo que pasara, al menos le quedaba aquello.
Franco regresó minutos más tarde seguido de Paula. Ella llevaba una bandeja con dos platos, leche y café. Parecía muy divertida.
—Franco dice que no te importa que tome su desayuno contigo.
—Es cierto —afirmó él. Se bajó de la cama para sentarse en su silla. Al darse cuenta de que los ejercicios estaban ayudando, lanzó un suspiro.
— ¿Te duele la espalda? —le preguntó Franco.
—Sí, hijo —respondió él sin pensar—, pero no demasiado —añadió. Miró a Paula y captó la mirada de preocupación que se le había dibujado en el rostro—. Estoy bien —afirmó—. En realidad, se trata de espasmos más que de verdadero dolor. Creo que está sanando.
—Muy bien —comentó Frano—. Así podremos jugar con los soldados más tarde.
—Te lo prometí, ¿verdad? —Musitó Pedro, revolviéndole el cabello al niño—. Yo siempre mantengo mis promesas.
—Igual que mi mami. Ella siempre me dice que tengo que hacer lo que digo que voy a hacer para que la gente pueda confiar en mí.
Pedro miró a Paula y asintió.
—El poder confiar en una persona es muy importante. Si se pierde la confianza, uno tiene que esforzarse mucho para poder recuperarla.
— ¿Puedo traerles algo más? —preguntó Paula, sin comentar nada al respecto.
—No. Yo estoy bien —afirmó Pedro—. Conseguiré levantarme de esa maldita cama de un modo u otro. Entonces, ten cuidado, señora Gonzalez. Iré a por esos poderes en el momento en el que pueda caminar sin ayuda.
Paula se echó a reír.
—Eso no significa que los vayas a conseguir —le desafió.
—Espera y verás.
—El doctor Bryner ha llamado para decirte que tienes que ir una vez a la semana para que su fisioterapeuta compruebe que el señor Gimenez y tú estás haciendo bien los ejercicios —comentó mientras colocaba los platos en la mesa.
—Odio los ejercicios —replicó él—. Espero que no tenga que sufrir más porque el señor Gimenez ya me hace trabajar más que un caballo todos los días.
—Bueno, al menos se están  acostumbrado el uno al otro.
Con eso, Paula salió de la habitación antes de que Pedro pudiera decir lo que estaba pensando.
Después de que Franco y él terminaran sus desayunos, el niño fue por los soldaditos de juguete. Jugar con su hijo lo ayudó a olvidarse de sus problemas. Mientras le explicaba a Franco los uniformes, se sintió como si hubiera dado un paso atrás en el tiempo y hubiera regresado a su infancia.
Miró al niño y se preguntó cómo reaccionaría el pequeño si supiera que Juan Gonzalez no era su verdadero padre. Sólo había un medio de averiguarlo, pero no se atrevía a hacerlo sin el consentimiento y el conocimiento de Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario