domingo, 31 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 72

No quería que su madre mirara a su padre arqueando las cejas, como había hecho Sofía con Camila  cuando ella se había presentado el lunes por la mañana en la puerta con una jaula de pájaro y tres maletas.
Paula abrió el horno para comprobar cómo iba el asado que estaba preparando.
Ella no había hecho jamás planes de regresar a su ciudad natal, pero había decidido que era lo mejor para olvidarse de Pedro. Algo que estaba empezando a hacer.
Paula comenzó a cortar una cebolla en cuadritos y una lágrima comenzó a rodar por su mejilla.
-Malditas cebollas -murmuró, secándose las lágrimas.
Pero lo cierto era que había estado llorando continuamente desde el domingo por la noche. Y desde que había llegado a casa de sus hermanas, estas no habían parado de repetirle que no merecía la pena llorar por ningún hombre.
Pero no podía estar llorando por él. No lo amaba. Pensó entonces en que le gustaría ver la cara de Pedro cuando llegara el miércoles al despacho y no la encontrara. Aunque, por otra parte, quizá ni lo notara. Seguramente, él ya estaría pensando con qué nueva mujer iba a empezar a salir.
Sí, él era un egoísta y ella no quería pasar el resto de su vida con un hombre así. Porque estaba segura de que no lo amaba. Lo suyo había sido solo sexo, pensó, comenzando a llorar de nuevo. Se secó las lágrimas con el papel de cocina y luego se sonó la nariz.
-¿Paula? Ya he vuelto...
Paula  volvió a sonarse y luego se arregló el pelo rápidamente.
Era Camila, que acababa de llegar. Y eso significaba que Sofía estaría a punto de hacerlo. Tenía que ser fuerte delante de ellas para no alimentar su compasión, como sucedía cuando eran adolescentes.
-Ah, estás aquí, Paula- Camila entró en la cocina.
Su hermana iba tan elegante como siempre, con su pelo rubio reluciente y sus ojos azules llenos de vida.
-¡Mmm, qué bien huele!
-Os he hecho un asado -dijo Paula, dándose cuenta de que dos nuevas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
-Oh, Paula -su hermana Camila soltó un suspiro-. Quienquiera que sea ese hombre, no merece que llores por él.
-Eso es completamente cierto -asintió Paula, secándose los ojos-. Pero no estaba llorando por él. Es por la cebolla.
-¡Oh, qué bien huele! -se oyó decir a Sofía, que acababa de llegar.
- Es un asado -le explicó Paula.
-Me encanta el asado -dijo Sofía-. Pero, Paula, querida, estás llorando.
-Es solo porque he estado picando una cebolla.
Sofía  la miró con sus transparentes ojos azules y la abrazó. Paula notó cómo varios mechones del pelo rubio de su hermana le acariciaban las mejillas...

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