viernes, 22 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 32

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Un montón de caras los estaban observando.
-Hola, Alfonso -dijo una voz masculina-. ¿Están bien? Esto ha debido estar atascado unos veinte minutos.
-Estamos bien -consiguió decir Pedro.
-sí, estamos bien -repitió Paula.
¿Bien? Pedro disimuló un gemido. Paula estaba tan blanca como un fantasma.
-La señorita Chaves... mi... asistente, tiene un poco de claustrofobia.
-Sí, claustrofobia -repitió Paula, esbozando una sonrisa.
Pedro la agarró con fuerza y la condujo hacia la fiesta. Cuando estaban a punto de llegar, Paula se dió la vuelta y lo miró.
-No puedo entrar así -dijo en voz baja.
Pedro  asintió y le señaló los servicios.
Paula  desapareció en el baño de mujeres y Pedro se metió en el de hombres. Una vez allí, se quitó el abrigo y se arregló bien la camisa, la corbata y la chaqueta del traje. Luego se apoyó contra la pared y se puso a pensar en lo que había estado a punto de suceder.
Si el ascensor no hubiera comenzado a moverse, habría hecho el amor con aquel gorrión, cuando aquella fiesta estaba llena de mujeres exuberantes.
Soltó un gemido y se frotó el rostro con las manos. No importaba que se pareciera a un gorrión, pensó. Lo que importaba era que ningún hombre con sentido común tendría una aventura amorosa con su secretaria. De acuerdo, Paula no era su secretaria, sino su asistente personal. Pero fuera lo que fuera, él tenía que parar aquello.
Además, él era un hombre civilizado y terminaba las relaciones con sus amantes de una manera suave. De repente, recordó la situación con Malena y parpadeó. Bueno, con relativa suavidad. Y eso no sería posible si se hacía amante de Paula ya que la tendría que ver continuamente en el trabajo. La tendría allí a diario, mirándolo con sus ojos llorosos.
Así que no, no y no. Un hombre inteligente no mezclaba jamás el trabajo y el placer.
Se colocó el abrigo de nuevo y se echó agua fría en la cara.
Paula  era una secretaria excelente y no quería perderla, así que no debía permitir que sus hormonas se interpusieran en su camino.
De acuerdo, había cometido una estupidez, pero el daño no era irreparable. ¡Y todo había sido por culpa del encaje blanco!
-¿Quién demonios iba a pensar que Mary Poppins llevaba ropa interior de encaje blanco? -le dijo a su imagen reflejada en el espejo.
Eso había sido todo, se dijo mientras se secaba las manos. La sorpresa de ver aquella tela suave sobre la sorprendente redondez de sus senos, el olor de su piel, el sabor de su boca, el modo en que ella respondía a sus besos, toda esa pasión, ese calor...
-¡Maldita sea, Alfonso!
¿Se había vuelto loco? En lugar de recordarse que era una estupidez, se estaba excitando aún más.
Pera ya estaba bien. Lo que había sucedido aquella noche era el comienzo y el fin de su relación con Paula.
Supuso que ella se disgustaría al enterarse, ya que después de lo que había pasado, era lógico que Paula pensara que iban a terminar juntos aquella noche. Pero él se lo explicaría. Le haría ver que, aunque también a él le había gustado, lo suyo era imposible.
- Tendrá que entenderlo -le dijo a su imagen reflejada- y lo entendería. Paula era una mujer inteligente.
Así que salió del servicio y fue hasta la puerta del aseo de mujeres. Paula no había salido todavía. Frunció el ceño y miró su reloj.

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