domingo, 31 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 71

Pedro estacionó el coche en el garaje y subió en el ascensor a su apartamento. Se quitó la chaqueta y sacó una cerveza de la nevera, recordando cómo Paula había simulado que lo que había pasado entre ellos no significaba nada para ella.
Sin embargo, él no se lo creía. Todas las mujeres querían relaciones estables mientras que los hombres estaban hechos para volar libres.
Pedro dio un trago de cerveza mientras reconocía que aquella vez no había sido él quien había puesto fin a la relación, sino ella.
Pero seguramente había sido un truco. Seguramente Paula estaría en esos momentos esperando a que él la llamara. Y entonces, le confesaría que todo lo que le había dicho era mentira.
Aunque, por otra parte, ella había parecido sincera, pensó, bebiendo otro trago de cerveza.
«No, no puede ser», se dijo, recordando los suspiros de Paula mientras hacían el amor. Y también recordó su risa mientras conversaban y el modo en que le había acariciado la mano... y todo eso se había acabado. ¿Por qué? Bueno, era cierto que todo aquello había comenzado como un trato para que él le enseñara a comportarse con los hombres.
De pronto, Pedro se la imaginó con otro hombre y sintió que se le rompía el corazón. Apretando los dientes, apagó la luz de la cocina, fue a su dormitorio y comenzó a desnudarse.
Al día siguiente tenía que irse a California, pero no se marcharía hasta que hubiera arreglado todo aquel asunto con Paula.
Quería decirle que había exagerado las cosas, pero que tenían que tratar de olvidar lo que había pasado.
Pero, ¿y si se reía en su cara?, se preguntó, metiéndose en la cama y cruzando las manos detrás de la nuca.
Pues entonces la despediría. Sí, eso sería lo que haría.
Apagó la luz y se dispuso a dormir.
Media hora más tarde volvió a encender la luz y se quedó mirando el techo.
No la despediría. No podía hacerlo porque seguramente era lo que ella estaba esperando para poder así llamarle canalla, además de otras cosas.
Además, seguramente estaba exagerando y ella se echaría en sus brazos cuando le dijera que tenían que olvidar lo que había ocurrido esa noche de domingo. Lo más probable, sería que ella cambiara de opinión y quisiera continuar su relación con él.
Pedro  sonrió, decidiendo que ya sabía lo que iba a hacer. Iría al día siguiente a San Diego, volvería el martes y no hablaría con ella hasta que la viera en el despacho el miércoles. Así, le daría tiempo suficiente para que se diera cuenta del error que había cometido.
Pedro apagó la luz y se durmió inmediatamente.
Así como en Connecticut había nevado bastante, en Rochester no lo había hecho en absoluto. Cosa que resultó bastante extraña a Paula, que creía que en su ciudad natal era el lugar donde más nevaba de todo el universo.
Estaba pensado en ello en casa de sus hermanas, mientras les preparaba la cena. También en que era una verdadera suerte. Ya le había resultado suficientemente difícil el tener que pedirles a sus hermanas que la dejaran quedarse con ella durante un tiempo, como para encima verse atrapada por una tormenta de nieve.
Sus padres todavía no sabían que había vuelto.
Quería primero encontrar trabajo, alquilar una casa y, lo más importante, buscar una excusa para explicarles por qué había vuelto.

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