lunes, 18 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 13

-Llegas tarde.
-Lo sé, señor, y lo siento mucho.
No parecía sentido. Había en su voz un temblor que no tenía nada que ver con el frío.
-¿Y llegas tarde porque...?
- Porque los trenes se han retrasado.
-¿De verdad? Me pregunto si puede ser por la nieve -añadió, cruzándose de brazos.
Le complació ver un repentino rubor en sus mejillas.
-Estoy segura de que si, señor Alfonso.
-En ese caso, deberías haber previsto que eso sucede siempre que nieva. La mitad de la ciudad llega tarde en esos días, ¿no lo sabías?
Paula bajó la mirada y se limpió algunos copos de nieve que tenía en el abrigo, en su abrigo de tweed largo, pensó Pedro irritado. ¿Solo tenía prendas de tweed en el armario? ¿Nunca iba a dejarle ver sus piernas o qué?
-Sé lo que Pasa en Nueva York cuando nieva –contesto ella con calma.
-Ah, ¿lo sabes? Pues es muy interesante, porque has llegado casi una hora tarde.
-Llego veinte minutos tarde, señor – aseguró ella, igual de tranquila, pero con un matiz irónico en la última palabra-. Y eso porque he salido de mi apartamento veinte minutos antes de lo habitual. Si no hubiera sido así, todavía no habría llegado.
-¿Quieres decir con eso que te has levantado veinte minutos antes?
-¿Perdón?
-Es una pregunta sencilla, te pregunto si has puesto hoy el despertador veinte minutos antes.
-No veo qué interés tiene eso.
Tampoco lo veía pedro. Pero lo que en realidad quería preguntarle era si había tenido que poner el despertador o la había despertado alguien aquella mañana. Alguien. Hernán, por ejemplo, subiéndosele encima, en la cama... « ¡Cielos!».
Pedro frunció el ceño y se aclaró la garganta. Luego fue hacia su mesa y se sentó. Alcanzó la agenda y la abrió.
-Está bien, no importa -dijo él con brusquedad.
-Claro que no importa -aseguró ella con frialdad -. Quizá tengamos que establecer ciertos límites, señor Alfonso. Mi vida privada...
-Eso ya me lo dijiste ayer -la interrumpió Pedro, haciendo un gesto con la mano-. Te he dejado el correo en la mesa. Revísalo para ver si hay algo urgente. Vuelve luego, que tengo que dictarte algunas notas.
Ella vaciló.
-Por supuesto, señor Alfonso-dijo finalmente.
Cuando la puerta se cerró, Pedro levantó la vista y cerró su agenda.
«Por supuesto, señor Alfonso», repitió furioso. Como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera llegado tarde, ni se hubiera insubordinado, ni hubiera hecho justo lo contrario de lo que él le había dicho que hiciera. Como si no hubiera salido con un hombre que solo perseguía una cosa...
Pedro cerró los ojos y maldijo entre dientes. Paula tenía razón. Su vida privada no era asunto suyo. Pero era humano preguntarse dónde había estado la noche anterior o si se lo había pasado bien. Se lo podía preguntar. Llevaba trabajando con ella casi un año. Eran amigos. Bueno, más bien compañeros de trabajo. Y había sido gracias a él que ella había conocido a Hernán.

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