jueves, 14 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 84

Llevo años luchando contra tí, Paula, porque sabía que, si cedía existía la posibilidad de que no pudiera tenerte para siempre.
— Yo creía que era porque odiabas el efecto que producía en tí.
—Eso también —admitió—. Me convertirse en una víctima de la lujuria sin un ápice de control. Sin embargo, el mundo comenzaba contigo. Eras como un arco iris. Cuando te marchabas, los colores desaparecían de mi vida.
—¿De verdad que quieres que estemos juntos? Si es por Franco, o por el bebé, o porque me deseas...
—Estás buscando palabras que no le he dicho a nadie —dijo él con voz ronca, tras besarle la mano—. Palabras que no he dicho en toda mi vida...
—No. Sólo deseo saber que quieres un compromiso real. Me conformo con eso. No me queda orgullo. Me conformaré sólo con eso, Pedro, si es lo único que puedes darme.
—No... No lo comprendes. Es que nunca he dicho esas palabras...
Paula sintió que se le paraba el corazón. Si no hubiera estado ciega, habría comprendido todo lo que él sentía. Estaba escrito en su rostro, en su respiración, en el modo en el que la tocaba... Le estaba diciendo que jamás había pronunciado las palabras, no que no las hubiera sentido. De repente, y sin duda alguna, supo que él la amaba. No sólo eso, sino que era todo su mundo. Se lo estaba diciendo tan claramente como si lo hubiera gritado a los cuatro vientos.
-Oh...
—Sí. Me comprendes, ¿verdad? Lo comprendiste antes de que te marcharas de mis brazos, la última vez que hicimos el amor. Jamás había sido así. Compartimos algo tan especial que yo me ahogo sólo con tratar de expresarlo. Hicimos al niño entonces, ¿verdad?
—¿Cómo sabes lo del niño si ni siquiera yo estoy segura?
—Te miré el vientre y Gimenez  me guiñó el ojo. El pánico se apoderó de mí al pensar en lo que ocurriría si no te podía convencer para que no te marcharas. El pensamiento de vivir sin ti me aterra.
—Lo comprendo perfectamente —susurró ella. Entonces, le rodeó el cuello con las manos y tiró de él—. Bésame...
—¿Y si no puedo parar?
—Claro que podrás. Tienes que casarte conmigo muy rápidamente para que nuestro bebé tenga un apellido. El correcto en esta ocasión —afirmó ella.
—Me casaré contigo mañana mismo si podemos organizarlo.
—Franco es tu hijo. Tendremos que hacer algo sobre su apellido.
—Ya hablaremos de eso más tarde —musitó—. ¿Sabes lo hermosa que eres? Te miro y me duele el corazón.
—Yo siento lo mismo cuando te miro a ti, Pedro. Últimamente he estado tan cansada... No duermo bien.
—De ahora en adelante, dormirás conmigo. Te acunaré entre mis brazos hasta que te duermas. Sería capaz de matar por ti. Moriría por ti. Tú eres mi vida...
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Se aferró a Pedro con fuerza.
—Pensaba que no eras capaz de decir las palabras —murmuró.
—La próxima vez que te haga el amor te las diré.
—Lo dices sin palabras, cuando me amas, Pedro —dijo ella, sonriendo. Entonces, empezó a moverse lenta y sensualmente contra él de manera que el cuerpo se le endureciera con aquel contacto—. Me deseas, ¿verdad?
Sin decir nada más, Paula bajó la mano y comenzó a acariciarlo. Pedro se sobresaltó ante lo inesperado de aquel movimiento.
— ¡No hagas eso!
—Eres un mojigato... —lo acusó ella, sentándosele en el regazo.
— ¡De eso ni hablar! —replicó él—. Tú aún no sabes mucho de hombres, ¿verdad?
—Sé que cuando los hombres se ponen como estás tú ahora, están muy abiertos a las sugerencias —afirmó ella con picardía—. ¿Quieres oír una?
—No estamos solos...
—En ese caso, tendrás que llevarme a tu casa.
—¿Quieres venir?
—Por supuesto. Iremos todos. Si estás seguro de que eso es lo que deseas...
—Me preocupas, Paula. Estás dejando tanto por mí...
—No he dejado mi asiento en la junta de accionistas de Joaquín,  ni mi herencia ni mis posesiones. Sin embargo, cuando los niños sean mayores, si tienes un puesto para mí en Alfonso Properties, tal vez sienta la tentación de volver.
—Tendrás que mantenerte al día para que no te oxides.
—¿Y los poderes? —preguntó ella, riendo.
—Si nos casamos, serán bienes gananciales. Lo que es tuyo es mío, señora Alfonso. Todo queda en familia.
—En ese caso, supongo que tienes todo lo que deseo... —susurró muy sugerentemente.
— ¡Paula!
—Supongo que estar embarazada me está afectando a las hormonas —susurró—, porque en lo único en lo que pienso desde hace días es en estar desnuda a tu lado.
— ¡Por el amor de Dios, para!
—Si hago rápidamente las maletas, podemos estar en tu casa dentro de treinta minutos —musitó—. Y esta noche, yo puedo ir a tu dormitorio, o tú puedes venir al mío, para que hagamos dulcemente el amor. Será como si fuera la primera vez, porque ya no hay secretos entre nosotros.
—Te juro que te compensaré, Paula —afirmó él, acariciándole suavemente el vientre.
Ella lo besó.
—Los dos tenemos que compensarnos. De hecho, estoy deseando hacerlo...
Pedro sonrió antes de ceder a la tentación de los brazos y los labios de Paula. Sin embargo, la pasión casi no había desaparecido entre ellos cuando Gimenez y Franco entraron por la puerta. Entonces, lo importante fueron las explicaciones, aunque el señor Gimenez no necesitaba ninguna. La alegría que veía en los rostros de Pedro y Paula lo decía todo. Con una sonrisa de oreja a oreja, Franco y él se fueron a hacer las maletas.

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