lunes, 11 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 73

Ahora nos pertenecemos tan completamente que ya no puede haber nadie más para ninguno de los dos.
El corazón de Paula estuvo a punto de detenerse. Pedro parecía estar sugiriendo un compromiso total, pero ella tenía miedo de fiarse de él. Si era verdad lo que decía, no podría desear nada más en su vida. Sin embargo, no estaba del todo segura.
Pedro notó sus dudas, pero se limitó a sonreír. Ella se le había entregado por completo, sin reservas. Paula era suya. Sintió que la alegría le llegaba hasta lo más profundo del alma.
— ¿De verdad que no te duele la espalda?
—No. Ya te dije que podríamos hacer el amor si lo hacíamos suavemente. Además, esto era precisamente lo que te prometí... Has llorado de placer —comentó, al ver que ella tenía los párpados húmedos.
—Sí. Jamás me había ocurrido.
—Lo sé —dijo Pedro. La miró y sintió que el deseo volvía a prender su llama en él—. Dios mío, a pesar de todo, sigo teniendo hambre...
—Como siempre —comentó ella, riendo.
—Así no. No es lo mismo. Antes, sólo se trataba de satisfacción física.
— ¿Y ahora?
—Ahora —susurró él, acariciándole los labios con el pulgar—, es por algo que ni siquiera sé expresar en palabras... Lo siento. Me acabo de dar cuenta de que no me aparté en el último momento. No pude hacerlo.
Rubrico lo que te dije antes, no quiero dejarte embarazada a propósito.
—Oh, Pedro, si sale un niño de esto, yo...
—No te importaría, ¿verdad?
-No.
—A mí tampoco. Siento algo muy fuerte por ti. Has tardado mucho en darte cuenta.
—No soy la única. Tú mismo no te creíste capaz.
—Ahora sí. Me lo demostraste cuando te quedaste conmigo noche tras noche... Cásate conmigo.
Maite lo deseaba firmemente. Más que nada en el mundo. Sin embargo, aún quedaba el asunto de los poderes, de los planes de absorción y de la traición de Don.
—Es el trabajo, ¿verdad? —comentó él, muy irritado, al ver que ella no contestaba. No le gustaba pensar que, para Paula, el trabajo significara más que él—. Muy bien, haz lo que tengas que hacer, pero hazlo rápido — añadió, tocándole el vientre—. No quiero que vayas al altar con un vestido de premamá. Si no me equivoco, dijiste que con Franco te quedaste embarazada la primera vez que hicimos el amor.
—Tal vez ahora no sea tan fértil.
—Puede que no. De todos modos, tienes muchas cosas sobre las que pensar. No puedes vivir en Chicago cuando te quedes embarazada de tu segundo hijo. Te quiero a mi lado. Quiero ver cómo engordas y dormir a tu lado, sentir cómo el bebé te da patadas. Quiero todas las cosas que no tuve cuando estabas embarazada de Franco.
Paula suspiró. Ella también lo deseaba.
—Dame unas semanas —dijo con una sonrisa.
Pedro asintió. Sabía que Paula lo amaba. Podía darle cuerda. Si ella quería pelear por conseguir el control de la empresa, que lo hiciera. No era demasiado pronto para demostrarle que él siempre iba a llevar las de ganar en los negocios.
Paula  comprendió lo que estaba pensando y sonrió al pensar que Pedro tenía muchas cosas que aprender sobre ella. Le molestaba tener que ganarlo, porque no quería herir su orgullo masculino. Estaba segura de que era lo suficientemente hombre como para no sentirse amenazado por ella y aceptar la derrota graciosamente si se daba el caso.
No podía darle los poderes porque Don estaba tras ellos. Le resultaba muy importante mostrarle a su cuñado que no era una figura decorativa y que se había ganado a pulso el puesto que Juan le había dado. Se lo pedía su propio orgullo y, además, no iba a consentir que Don se saliera con la suya.
Cuando hubiera recuperado el control de su división, se podría retirar y darle a Pedro los hijos que quisiera. Seguramente, Alfonso Properties podría darle un trabajo si lo deseaba. Mientras tanto, dispondría del lujo de ver crecer a Franco y de criar al niño que tal vez ya había engendrado. Los negocios eran muy emocionantes, pero un niño era una responsabilidad muy valiosa. Se merecía todo el tiempo que pudiera dedicarle su madre para empezar bien en la vida.
—Tengo que marcharme —dijo, a pesar de que no sentía deseo alguno de abandonar los brazos de Pedro.
— ¿De verdad?
—Sí. Cuando llegue el señor Gimenez, tal vez venga a verte o puede que incluso tu madre decida venir a hablar contigo.
—Supongo que eso último es inevitable, ¿verdad?
—Lo agradecerás. Tu madre es una buena mujer. Tiene mucha justificación para sus actos.
—No me puedo creer que precisamente tú seas la que cante las bondades de mi madre.
—Así es. Le va a doler mucho decirte la verdad, porque ella no sabe que yo ya te la he contado. Estás haciéndole lo mismo a ella que cuando yo traté de hablar contigo. Yo tenía razones que tú desconocías. Lo mismo le ocurre a Ana.
—Supongo que sí. Sueña conmigo esta noche...
—Ojalá pudiera dormir contigo...
—Ven aquí cuando el resto se hayan ido a la cama. Te volveré a hacer el amor...
—No puedo. De verdad que no puedo. No quiero que vuelvas a correr un riesgo. Si te ocurriera algo ahora, Pedro, no podría soportarlo.
—Muy bien —dijo él, muy emocionado por la preocupación que ella mostraba—. Me conformaré con besos robados y fantasías por el momento.
—Cuando estés completamente bien, haré que te alegres de haber esperado.
—No sé si podré soportarlo...
—Por supuesto que sí.
Paula  se levantó y se vistió. Pedro no dejó de observarla ni un solo instante.
— ¿Quieres que te ayude a vestirte a tí?
—Sólo si quieres que yo te desnude —replicó con una sonrisa—. Márchate.
—Genial. Ahora que te has desfogado conmigo, ya no soy persona grata para tí, ¿es así? —bromeó.
—Jamás —afirmó Pedro—. Tráeme algo de comer. A un hombre le entra hambre cuando tiene que gastar tantas energías. Lo único que me tomé para desayunar fue un café.
— ¿De verdad? —preguntó ella encantada—. ¿Qué es lo que te apetece?

4 comentarios: