jueves, 21 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 26

¿Quién sería capaz de ir a una fiesta en Manhattan, en una fría noche de enero como aquella? Todos los que habían sido invitados, por lo que parecía.
Paula había supuesto que solo irían diez o veinte almas perdidas sin nada mejor que hacer. Pero cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta cuarenta de las torres Ascot, vio que el salón Sunset estaba abarrotado de gente.
De gente famosa y bien vestida.
Paula palideció al darse cuenta que su indumentaria no era la más adecuada mientras Pedro la agarraba para conducida dentro de la fiesta.
-¿Lo ves? ¿No estás contenta de que finalmente te haya convencido para que vinieras?
No, ella no estaba nada contenta. Se daba cuenta de que allí estaba completamente fuera de lugar. Y en cuanto a lo de que la había convencido, tampoco era cierto. Él la había sacado del despacho y la había metido en un taxi antes de que ella pudiera decir nada. Luego, una vez dentro del taxi, había ignorado sus protestas. Así que de convencerla, nada. La había llevado a la fuerza.
Pero Paula tenía que admitir, aunque no le gustara, que estar allí podía resultarle provechoso. Solo en el pasillo, había más contactos de los que jamás podría imaginarse y a juzgar por la cantidad de gente a la que saludaba Pedro mientras se dirigían hacia el salón, parecía que conocía a todo el mundo.
-Pedro, me alegro de verte.
- Yo también, Martín -Pedro esbozó una sonrisa y miró a Paula-. Martín, me gustaría que conocieras a mi asistente personal, Paula Chaves. Paula, este es Martín Gonzalez.
- Encantado, señorita Chaves.
Paula  parpadeó.
Martín era ni más ni menos que el simpático y guapo presentador de uno de los programas de más audiencia por la noche.
-Encantada -dijo ella, estrechando la mano que Martín  le ofrecía.
- Luego hablamos, tan pronto como encontremos el guardarropa y dejemos los abrigos -le explicó Pedro, agarrando a Paula por el codo.
¿Dejar los abrigos? Paula se agarró al cuello del abrigo con fuerza. Ya se sentía suficientemente fuera de lugar y lo último que haría sería quitarse el abrigo y quedarse con su traje gris en medio de todas aquellas mujeres sexys.
-No quiero ir al guardarropa -murmuró.
Pero Pedro no la oyó. Se había parado de nuevo para presentarle a la actriz de una de esas comedias románticas de la televisión y al representante de esta.
Paula les saludó y trató de ser simpática, aunque se imaginaba lo que la gente estaría pensando de ella.
-No está tan mal, ¿no te parece? –preguntó Pedro, empujándola hacia delante.
-¿Por qué no me dijiste que esto sería tan... ?
-Veamos. En primer lugar, porque no me lo preguntaste; en segundo lugar, porque decidí traerte en el último momento.
- Eso es una interesante manera de decirlo -replicó ella con frialdad. .
- En tercer lugar, porque no querías venir, de todos modos. Y en cuarto lugar, ¿habría importado? ¿Habrías tenido ropa para ponerte esta noche?
-Eso no es asunto tuyo.

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