sábado, 23 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 35

Pedro estaba de pie, frente a la ventana, tomando una taza de algo que en teoría era café mientras esperaba a que apareciera Paula. Ese día también se estaba retrasando. Pero en esa ocasión no tenía ninguna excusa. Ni nevaba, ni el tráfico iba especialmente cargado.
¡Maldita sea! Él, que no entendía la cafetera, se había tenido que hacer su propio café.
- Esta es la última vez - gruñó, yendo hacia el cuarto de baño privado y tirando el líquido oscuro al lavabo.
Desde luego, aquel día no estaba empezando bien, pensó, sentándose detrás de su escritorio.
¿Cómo iba a empezar un día bien sin una buena taza de café y sin la presencia de su asistente personal? y encima estaba el recuerdo de la noche anterior. Clara era una mujer preciosa. ¿Preciosa? Era espectacular. Tenía una melena rubia espesa, una piel suavísima, una boca increíble y un cuerpo que debería estar en la página central de todas las revistas. ¿Y qué había hecho él? La había llevado a cenar y luego a su casa, despidiéndose de ella con un casto beso en la mejilla y la promesa de que la llamaría pronto.
En una palabra, la noche había sido un desastre. ¿Y quién tenía la culpa de todo? Clara no, desde luego, y él tampoco.
- Paula- dijo en voz alta, mirando a la puerta.
Ella le había arruinado la noche. Ella le había puesto de tan mal humor, que apenas había podido dormir. Lo único que había intentado él había sido cuidarla. La había llevado a una fiesta y le había dado algunos consejos inteligentes. ¿Y se lo había agradecido ella?
-No.
Pedro miró hacia la puerta abierta que comunicaba su despacho con el de ella y luego consultó de nuevo el reloj.
¿Creía ella que iba a tolerar sus retrasos después de ascenderla y subirle el sueldo? Quizá ella pensara que lo que había pasado en el ascensor quería decir algo. Pero no era cierto. Simplemente lo había sorprendido con su ropa interior. ¿Y significaba eso algo? Pues no, muchos hombres se excitaban con los tacones, otros con la seda... y a él le gustaba el encaje.
La puerta exterior se abrió y Paula entró en el despacho con su traje de lana recto, que ocultaba su cuerpo bien formado, como él había averiguado en aquel ascensor.
¿Lo habría averiguado también Martín Gonzalez? ¿Habría besado Martín esa boca dulce y esa piel suave? ¿Habría quitado a Paula  el abrigo, la chaqueta, la blusa...?
-Llegas tarde -dijo él en un tono brusco mientras se ponía en pie.
Paula  cerró la puerta de la calle, miró tranquilamente el reloj que había en su mesa y luego a él.
- Buenos días.
- No sé que tiene de bueno el día de hoy. ¿Y vas a explicarme de una vez por qué llegas tarde?
-No llego tarde, llego temprano -aseguró ella, dejando el bolso sobre su mesa y quitándose el abrigo y los guantes-. Quizá se te ha olvidado que mi horario empieza a las nueve.

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