miércoles, 27 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 60

 —Solo estaba pensando en lo buen padre que te has convertido — contestó Pedro sonriendo.


—Esperemos —contestó su amigo encogiéndose de hombros—. Hace dos días Leticia me informó de que vamos a tener un niño. Sinceramente, estoy aterrado.


Aquello era lo último que esperaba oír. Pedro le dió unas palmaditas en la espalda a Dom.


—Eres un hombre de suerte, ¿Lo sabías? Tienes una mujer preciosa que te quiere, una hija pequeña que te adora, y ahora van a tener un hijo juntos. Deja que te diga algo, Dom. Hacerle el amor a Paula, concebir a Baltazar, ha sido la experiencia más increíble de mi vida hasta el momento, pero no puedes imaginarte lo aterrado que estoy ante la idea de que la mujer a la que amo se case con otro hombre.


Bajo sus cejas negras, los inteligentes ojos de Dominic buscaron los de su amigo por un momento.


—¿Quieres decir que no has logrado descubrir nada desde que está viviendo contigo? ¿Nada que pueda darte una pista de por qué huyó?


—Pensaba que la causa era mi padre, pero mi madre descubrió el sábado pasado que Paula estaba conmigo y vino a ver a Baltazar. Hasta convenció a Paula de que viniera a Nueva York, al cumpleaños de mi padre, el próximo sábado. Y, si está deseando ver a mi padre, entonces mi teoría se viene abajo.


—Pedro… —contestó Dominic, sin dejar de maquinar con su brillante cerebro—… ¿Se te ha ocurrido pensar cómo es posible que una mujer que el año pasado huyó de tí a toda prisa vuelva a ponerse este año en la misma situación cuando aún no se ha casado?


Pedro cerró los ojos apretando con fuerza los párpados.


—Me he hecho tantas preguntas a mí mismo que son casi como un martillo en mi cerebro, pero aún no he conseguido hallar una solución que tenga sentido. Quizá Paula tenga tanto miedo de que reniegue de nuestro trato que esté dispuesta a hacer cualquier cosa para agradarme.


—¡No hasta ese punto! Esa es justamente la razón por la que no encaja. Tú y yo hemos sufrido problemas muy similares en nuestra familia. El día en que los dos admitimos que no podíamos superar la situación con respecto a nuestros padres fue un día triste. ¿No crees que quizá haya llegado la hora de admitir que ocurre lo mismo con tu madre? —la pregunta de Dominic quedó en suspense, en el aire—. Excepto por el hecho de que Paula está deseosa por volver a la escena del crimen — insistió Dom.


—Es más que eso, Dom, me rogó que fuéramos. Su excusa era que teníamos que hacer todo cuanto estuviera en nuestra mano para allanarle el camino a Balta. Si mi madre se trae algo entre manos con Paula, no imagino qué pueda ser.


—Ni yo, pero cuando vayas a Nueva York mantendrás los ojos y los oídos bien abiertos, ¿N'est-ce pas? Como decís en inglés, huelo a rata. Y Ezequiel también.


—Lo sé, hablamos el otro día.


—Llegará aquí mañana. Quizá tres cabezas reciban por fin la inspiración divina.


—Eso suena bien —contestó Pedro pasándose una mano por el pelo—. No me vendría mal una intervención de Dios, sino, no sé cómo voy a resolverlo, Dom.


—Por desgracia yo he pasado por lo mismo que tú, y sé exactamente a qué te refieres. Vamos, demos una vuelta con los niños por el jardín.



Paula vió dos figuras altas y masculinas paseando entre el establo y la cabaña de madera, en la distancia. La dureza del paisaje del Oeste, tras la vegetación del lugar de la excavación, formaba un contraste sorprendente. En el Oeste, el aire helado y seco resultaba mucho más fino. Ella, que había vivido toda su vida junto al mar, sentía que sus pulmones aún se estaban ajustando a aquella altitud de setecientos metros sobre el nivel del mar. La esposa de Dominic, Leticia, era una bella rubia, una persona encantadora que irradiaba felicidad y energía. Comprendía que Pedro valorara tanto su amistad. Desde su llegada, a mediodía, los Giraud se habían mostrado deseosos de ayudar. Más aún, la habían tratado a ella con cordialidad y respeto. Fueran cuales fueran sus sentimientos, Baltazar y ella habían recibido el mismo trato que Pedro. Aquella generosidad pesaba sobre Paula, que veía aumentar su pena al darse cuenta de lo que perdería cuando se marchara a San Diego.


1 comentario:

  1. Menos mal que Pedro ya sospecha de la vieja hdp... espero que se caiga todo su jueguito

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