viernes, 22 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 50

Tras pasarse la mano por el pelo, Pedro volvió al salón y terminó la tarea comenzada. Paula puso a Baltazar en la cuna. Le temblaba tanto el cuerpo que tuvo que sujetarse a los barrotes para recobrar la energía y respirar tranquila. La experiencia del teléfono había sido tan fuerte que no creía poder soportar otra igual. Él quizá creyera que el problema estaba solucionado, pero ella sospechaba que su voz le había resultado demasiado familiar a la señora Alfonso como para olvidar toda suspicacia, y si eso era cierto…


Pedro estaba en el salón embalando las revistas.


—¿Quieres que te ayude?


—¿Por qué? —preguntó él echando atrás la cabeza morena.


Nada de lo que Paula hiciera o dijera escapaba a su escrutinio.


—Bueno, cuatro manos acaban la tarea en la mitad de tiempo.


—¿Y? —volvió a preguntar él.


Resultaba aterrador el modo en que Alik le leía el pensamiento.


—Pensé… pensé que así, quizá, podríamos irnos a Laramie mañana, en lugar del lunes.


—Teniendo en cuenta que casi te da un ataque cuando te dije que nos íbamos a Laramie, esa sugerencia de que nos vayamos cuanto antes no encaja —contestó Pedro torciendo los labios.


¿Qué podía decirle para no dar la sensación de que huía de su madre?


—Bueno, quizá sea porque allí podré dar grandes paseos por la playa. Aquí, cuando he ido de paseo, no ha salido bien. No es que me guste viajar, pero la idea de ver el campo me resulta muy atractiva.


—Pues me temo que el remolque no estará listo hasta el lunes. Sin embargo, como los dos estamos cansados, si quieres nos tomamos la noche libre y vamos al cine a Warwick.


Aquello sonaba maravilloso, excepto por una cosa:


—No podemos dejar solo a Balta.


—Cierto, pero eso se puede arreglar.


Paula se quedó de pie, perpleja, mientras Pedro buscaba un teléfono en la guía y lo marcaba. En cuestión de minutos había reservado una habitación de hotel y contratado una niñera. Al colgar, se volvió hacia ella. 


—Resuelto. Tenemos una habitación con dos camas y una cuna. La señora Wood, la mujer que te atendió el otro día, estará encantada de cuidar de Balta. Vendrá a nuestra habitación hacia las siete.


Aquello sonaba demasiado a una cita. Paula se puso muy nerviosa.


—Me… me encantará —murmuró sin mirarlo—. ¿Quieres que cenemos aquí antes de marcharnos?


—No, nos tomaremos toda la noche libre. ¿Por qué no vas a ducharte? Así habrá suficiente agua para mí cuando termine de empaquetarlo todo. Ponte algo de vestir, me apetece ir a un restaurante francés.


Al hacer la maleta para ir a Warwick, Paula no había esperado ni remotamente continuar viaje en otra dirección; así que no había metido la ropa en la que Pedro parecía estar pensando.


—Me temo que solo tengo este jersey de algodón y la falda con la que me viste el primer día.


—Con eso irás bien. Nos hará bien el cambio.


Cuatro horas más tarde Pedro y Paula metían todo lo que iban a necesitar en el coche. Él ató a Baltazar en su sillita, y Paula lo observó sin apartar la vista. Estaba maravilloso se vistiera como se vistiera, pero aquella noche, con aquel traje de lana de color verde oliva, Paula sintió que se quedaba sin aliento. Recién salido de la ducha, la fragancia de su jabón emanaba de él desde el asiento del conductor. 


De camino a Warwick,  Paula sintió que el agudo dolor que llevaba un año experimentando se hacía más intenso. En el hotel, las mujeres se quedaban mirando a Pedro abiertamente. Él, sin embargo, enseñaba orgulloso a su hijo, inconsciente de la atención femenina que suscitaba. Hubiera podido sacarles los ojos a todas esas mujeres. Le dolía pensar que, en una ocasión, había llevado el anillo de compromiso que él le había regalado esperando convertirse en su mujer. La señora Alfonso había transformado a aquella chica de ojos brillantes en un fantasma que había tenido que escabullirse entre las sombras y desaparecer. Una vez en la habitación del hotel, la señora Wood se mostró encantada de cuidar de Baltazar. Les dijo que no se apresuraran, que se tomaran todo el tiempo que necesitaran, y Pedor le contestó que le tomaba la palabra. 

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