miércoles, 20 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 43

Paula decidió no encender ninguna luz, y atravesó el remolque hasta el corralito.


—¡Oh! —gritó al sentir que chocaba contra el cuerpo de Pedro, duro y musculoso.


Él la abrazó para evitar que ninguno de los dos cayera al suelo.


—¿Qué estás haciendo levantada? —preguntó con voz ronca, adormilada, con una voz que sonó curiosamente íntima.


Pedro seguía sin soltarla. Sus manos la acariciaban la espalda tal y como solía hacer en el pasado. El corazón le latía tan fuerte que él tuvo que sentirlo retumbar contra su pecho.


—Pensé que… que ya era hora de que durmieras una noche entera, para variar.


—¿Ya no te encuentras mal?


Paula podía sentir su cálido aliento en la mejilla. Su boca estaba peligrosamente cerca de la de ella. Si volvía la cabeza un centímetro…


—No, se me pasó.


Probablemente Pedro no llevara nada debajo de la bata. De pronto Paula sintió pánico nada más pensarlo y se apartó para abrazar a Baltazar. Gracias a Dios ella iba vestida.


—Como los dos estamos despiertos yo calentaré el biberón y te lo llevaré a la cama. ¿Qué te parece?


No, sería mejor que no.


—Bi… bien —contestó Paula besando la cabeza de Baltazar—. Vamos, cariño, papá tendrá listo el biberón para cuando te haya cambiado.


Aquellas palabras fueron proféticas. Pedro apareció en el dormitorio justo cuando Paula se sentaba en la cama con Baltazar en brazos. Él se acercó y se sentó a su lado. Aquella proximidad le hizo respirar más rápidamente. 


—Te he traído un té helado con limón —dijo él tendiéndole el vaso.


—Gracias.


—De nada. Y ahora tu biberón, jovencito.


Para sorpresa de Paula, Pedro permaneció en el dormitorio. Sostuvo el biberón mientras Baltazar comía en brazos de ella. Ella podía sentir la mirada de Pedro sobre sí en medio de la oscuridad.


—¿Qué tal está?


—Divino —contestó ella refiriéndose al té.


—Bien, bébetelo todo. No quiero que te deshidrates.


Aterrorizada al sentirse tan cerca de él, Paula bebió el té lo más deprisa que pudo. Las manos de ambos se rozaron al tenderle el vaso vacío. Se suponía que Pedro debía de ponerse en pie y marcharse, pero no hizo ninguna de las dos cosas. En lugar de ello, adivinó por sus movimientos que dejaba el vaso en el suelo. La intención de Pedro, evidentemente, era quedarse donde estaba y terminar de darle el biberón a Baltazar. El corazón de Paula ya no retumbaba, galopaba.


—Pedro…


—¿Sí?


—Me… me encuentro mucho mejor. ¿Por qué no vuelves a la cama? Yo acostaré a Balta.


—Ya que estoy aquí, me da igual. Creo que a Balta le gusta tenernos a los dos, le hace sentirse seguro y amado.


—¿Quieres apartar el biberón un momento? Le toca echar los aires — le recordó Paula con las mejillas encendidas.


Fuera cierto o no que Baltazar se había tomado el biberón, Paula necesitaba hacer algo, romper el hechizo que Pedro tenía sobre ella. Sostendría al niño contra su hombro hasta que cayera dormido. Él continuó sin moverse. Paula lo sintió elevar una mano para acariciar la cabeza del bebé.


—Es una criatura milagrosa, Paula.


—Sí, lo sé —respondió ella con el pecho oprimido, tratando de respirar.


—¿Cuánto tiempo estuviste de parto?


—Unas cuarenta y ocho horas.

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