lunes, 18 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 38

Damián se puso pálido, toda su valentía desapareció en presencia de Pedro. Paula sintió que se le desgarraba el corazón. Jamás se había alegrado tanto de ver a nadie, pero tenía que controlar sus emociones para no delatarse. Alargó una mano y, sin mirar a Pedro, tomó a Baltazar en brazos.


—Si descubro que estás molestando otra vez a la señora Hammond, quedarás excluido del proyecto, aunque seas el alumno más brillante del profesor Fawson. ¿Entendido? —continuó Pedro.


Paula lamentó aquel incidente por Damián, por mucho que se hubiera comportado como un tonto. No deseaba escuchar su respuesta ni sentirse más violenta, de modo que echó a andar hacia los remolques a través de los árboles. Pronto oscurecería.


—Papá ha debido darte ya el biberón. ¿Te lo has pasado bien con él en la ciudad?


Paula apretó el paso para llegar antes que Pedro. Necesitaba tiempo para serenarse antes de enfrentarse a él. Sabía que la sometería a un tortuoso interrogatorio. Nada más abrir la puerta del remolque, un delicioso aroma a comida griega la invadió. Pedro había comprado la cena preparada. Las bolsas estaban sobre la encimera de la cocina. No era de extrañar que hubiera salido a buscarla. Tras poner a Baltazar en el corralito, ella se apresuró a la cocina a poner la mesa y sacar bebidas. Pedro había comprado todas las cosas que le gustaban: souvlaki, gyros, ensalada verde y arroz con limón. 


—Esto tiene un aspecto estupendo —comentó al verlo entrar en el remolque—. Vamos a cenar antes de que se quede frío.


—¿Ha venido él al remolque a buscarte? —exigió saber Pedro sin más preámbulos, sin sentarse a la mesa.


—No —contestó ella tomando asiento—, me vió al pasar por su remolque.


—Quieres decir que te estaba esperando —insistió él.


—Seamos justos, se ha comportado como un chico cualquiera de su edad, dispuesto a divertirse si se le presenta la oportunidad. No le ha hecho daño a nadie.


—Quizá creas que no hubiera debido de interferir.


Paula detestaba aquel tono sedoso de voz, un tono que Pedro utilizaba para recalcar ciertos matices sutiles de una insinuación.


—Pues la verdad es que me alegro de que lo hicieras, me estaba poniendo violenta con tanta pregunta. Para ser sinceros, me sentía como una estúpida.


El rostro de Pedro, bello y bien bronceado, parecía a punto de explotar.


—Continúa —dijo tenso. 

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