miércoles, 13 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 30

 —Era Mariana, ya he hablado con ella. Se ha creído que eras mi nueva secretaria, y creo que será mejor que lo dejemos así.


—Pero cuando vean que no salgo del remolque por la noche…


—Que lo interpreten como quieran. Van a hacerlo de todos modos, en cuanto vean al niño.


—Está bien, no me importa, pero preferiría que no supieran mi verdadero nombre —contestó Paula echándose a temblar al escuchar el tono helado de su voz.


Pedro frunció el ceño y la miró de un modo penetrante. Paula se sintió obligada a buscar una respuesta y añadió:


—La gente va a pensar que soy una perdida. Murmurarán. Para tí puede que no sea importante, pero yo no quiero que manchen el nombre de mis padres.


—Pues dí que eres la señora Hammond —contestó él terminándose una segunda rebanada de pan.


—Gracias por ser tan comprensivo —dijo ella aferrándose a aquel salvavidas que él le había arrojado sin darse cuenta.


Gracias. De esa forma, la familia de Pedro jamás descubriría que había vuelto.


—A mí me da igual, de todos modos será tu verdadero nombre dentro de un par de meses. Tú y yo nos anticipamos a nuestros votos, y el resultado fue Baltazar, así que imagino que a tu novio no le importará que te adelantes y utilices su nombre antes de casarse —replicó Pedro—. Y, hablando de nuestro hijo, ¿Tienes alguna foto de él?


—Sí, tengo docenas.


—Bien, porque Dominic quiere saber cómo es.


—Me ha parecido muy amable —añadió ella tras tomar una cucharada de sopa—. ¿Cómo lo conociste?


—Es una larga historia —contestó Pedro, escrutando enigmáticamente su rostro—. Y Ezequiel también querrá verlo.


—¿Otro amigo? —se aventuró ella a preguntar.


Hubiera debido de morderse la lengua antes de hacer esa pregunta, no hubiera debido de dejar que se desatara su curiosidad, pero Pedro no podía ni imaginar lo ansiosa que se sentía por conocer cada pequeño detalle de su vida desde su separación. 


—Sí.


La brevedad de la respuesta revelaba que se trataba de un tema sagrado. Temerosa de arder en llamas si se quedaba cerca de él, Paula se puso en pie y comenzó a quitar la mesa.


—Yo fregaré los platos y prepararé el biberón. ¿Por qué no buscas la bañerita mientras tanto? Para cuando esté llena, Balta ya estará despierto y listo para el baño.


A pesar de la animosidad de Pedro hacia ella, Paula se sentía feliz de que estuvieran juntos de nuevo, bajo el mismo techo. Había soñado con escenas como aquella desde el mismo instante en que el médico le había dicho que estaba embarazada. También tenía otros sueños, sueños sobre momentos de intimidad compartida, de pasión. Sin embargo, ciertas circunstancias ajenas a su voluntad habían puesto fin a tanta felicidad. Y de pronto, por increíble que pudiera parecer, volvía a formar parte de la vida de Pedro, aunque solo fuera como la madre de su hijo. Era un arreglo temporal que solo duraría el tiempo que él tardara en sentirse a gusto y seguro a solas con su hijo. Podía mirar, pero no tocar. Podía amar, pero solo en secreto.


—¿Tan pronto te echas a llorar? —preguntó él poniendo la bañera sobre la encimera de la cocina que ella acababa de limpiar—. Estoy de acuerdo, es un infierno estar lejos de la persona amada. ¿Puedo recordarte que la decisión fue tuya, no mía?


Jamás se acostumbraría a aquella burla cruel, a aquella exquisita y aguda forma suya de tomarle el pelo. Al menos Pedro creía que lloraba por su novio, que era a él a quien echaba de menos. Su mentira la protegía. Tenía que lograr mantenerla durante todo aquel mes de octubre.


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