viernes, 1 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 3

Intrigada, apenas se dió cuenta de nada, hasta que la puerta se abrió de par en par y sintió que fuertes pisadas hacían temblar el remolque. De pronto Pedro, con su metro ochenta y nueve de estatura, apareció haciendo más pequeño aún el espacio. La puerta se cerró tras él. Paula no supo decidir quién de los dos estaba más sorprendido. Ella profirió un grito callado antes de enderezarse, él permaneció inmutable. La llamarada de fuego que salió de sus ojos verdes como el bosque fue el único indicio de que no era un bloque de granito. Con los ojos entrecerrados por aquellas pestañas, tan negras como su cabello excesivamente largo y húmedo por la lluvia, la mirada de él vagó por su silueta subiendo por sus piernas vestidas con medias de seda. Ella tragó y sintió sus ojos rozarle las caderas bajo la falda. Tras una pausa que la dejó sin aliento, los ojos de Pedro continuaron acariciando las generosas curvas que llenaban su suéter de lana. Cuando las miradas de ambos volvieron a encontrarse, Paula temblaba como una gota de agua en un pétalo de una flor.


—No puedo ni imaginarme qué te ha traído hasta aquí, pero ya conoces la salida —dijo con voz medio ronca.


Pedro abrió la puerta y se quedó inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. Paula había imaginado aquel encuentro miles de veces, pero jamás había esperado encontrar tanto rencor por su parte. Él la despreciaba.


—Pedro… —su postura resultaba tan intimidatoria que Paula se recogió nerviosa un mechón del cabello rojizo tras la oreja. Al hacerlo, él debió ver de reojo el anillo con un diamante que llevaba en el dedo, porque de pronto pareció palidecer—. Comprendo… comprendo que te enfade el encontrarme aquí así —continuó Paula con voz trémula—, pero estaba lloviendo, y temía que si me quedaba en el coche no te vería, así que…


—Sal de aquí, Paula —ordenó él.


No había gritado, solo había musitado aquellas palabras entre dientes como si fueran un juramento. Paula se tambaleó ante tanta agresividad. El hombre al que había amado se había convertido en una persona a la que apenas reconocía. Aunque ella hubiera roto su compromiso, por razones que él no debía conocer, nunca había imaginado que pudiera tratarla con tanta crueldad. Ni a ella, ni a ninguna otra persona. Aquella capacidad de Pedro para infligir dolor resultaba toda una novedad.


—Me iré en cuanto te haya dicho que la noche en que nos acostamos juntos tuvo sus consecuencias —susurró ella. 


Una tensión palpable invadió el devastador silencio que siguió a aquella revelación. Pedro cerró la puerta y se apoyó sobre ella. Paula reunió todo su coraje y continuó:


—Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Baltazar Chaves Alfonso.


Aquello era lo más duro que había tenido que hacer jamás, a excepción de la ocasión en que tuvo que decirle que no podía casarse con él. Sin embargo, una vez comenzado todo, tenía que continuar. Y así lo hizo:


—Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo.


Era mentira, no había ningún otro hombre. Jamás habría ningún otro hombre. Sin embargo, resultaba imperiosa la necesidad de que Pedro creyera que estaba comprometida con otro. El anillo que llevaba se lo había prestado su tía. La posición de Paula era precaria, necesitaba pruebas que autentificaran que decía la verdad. La palidez del rostro de él se hizo aún más patente. Era el rostro de alguien que había sufrido un shock.


—Ocurre que en mi opinión este tipo de noticias deben darse en persona —continuó Paula—. O, al menos, tú te lo mereces, pero no pude venir hasta que Baltazar y yo pasamos la revisión médica, antes no podíamos viajar. 


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