miércoles, 20 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 44

 —Debió parecerte una eternidad. ¿Te dolió mucho?


—En realidad no, es decir, cuando llegué al hospital y me medicaron.


—¿Y estuvo Fernando contigo?


—No, estaba fuera de la ciudad, trabajando en una obra.


—Entonces, ¿Quién estuvo contigo para ayudarte en aquella dura prueba?


—Mis padres y… la tía Diana.


—De haberlo sabido, yo habría estado contigo, y tú lo sabes —añadió Pedro dejando que su mano llegara hasta la mejilla de Paula para acariciarla.


Paula sintió que todo su cuerpo se encendía al sentir aquel dedo hacer círculos cada vez más grandes hasta rozar el contorno de sus labios.


—Sí, lo sé —contestó temblorosa, volviendo la cabeza para evitar que él siguiera acariciándola.


Con cada caricia, sin embargo, Paula se iba hundiendo en un mundo de sensaciones, incapaz de gritar o de protestar. Aquellas caricias la habían reducido a un conjunto de pequeños gemidos. Pedro se puso en pie y le quitó a Baltazar de los brazos. Dejó al bebé sobre la colcha y volvió a su lado. Lo escuchó murmurar algo ininteligible, después posó los labios sobre los de ella y acalló aquellos gemidos mientras la hacía tumbarse con la espalda contra el cabecero. Asaltada por la repentina euforia, por el éxtasis, Paula respondió a aquel exigente ataque sin poder evitarlo. El sabor y la textura de su boca alimentaban su deseo hasta hacerla retorcerse de placer. Con la habilidad inigualable de un experto, Pedro la hizo penetrar en el torbellino del deseo. Cada vez más profundamente. Perdió toda noción de lo que la rodeaba. No fue capaz de apartar los labios de Pedro hasta que Baltazar no comenzó a hacer aspavientos y a llorar. Entonces, horrorizada, descubrió lo que hubiera podido ocurrir de haber dejado que las cosas continuaran por ese cauce.


—Balta… tiene que terminar el biberón.


—De acuerdo —murmuró él—. Pero después nosotros terminaremos lo que hemos comenzado. 


—¡No, Pedro! Sea lo que sea, no debe volver a suceder. Quizá fuera inevitable, ya que jamás nos despedimos. Será mejor que consideremos eso como nuestra despedida.


—¿Llamas a eso una despedida? —bromeó él seco—. Me pregunto qué diría tu novio si supiera que he sido yo el que ha recibido todo ese caudal de energía sexual ahora mismo.


—Has sido tú quien me ha besado —alegó ella con voz trémula.


—¿Y por qué no me has pedido que saliera de la habitación? Estaba esperando a que lo hicieras.


—No quería asustar a Balta.


—No te creo.


—¿Crees acaso que he disfrutado? —preguntó ella a voz en grito, con el rostro colorado.


—Sé que has disfrutado —musitó él con voz profunda.


—Te equivocas. Te he devuelto el beso porque me daba pena después del daño que te había hecho dejándote así, sin dar la cara. Solo un niño actúa así. Merecías algo más.


—Me gusta tu forma de recompensarme —susurró él—. Espero con ansiedad un poco más de ese consuelo en cuanto nuestro hijo esté en la cuna.


—Pues tendrás que usar la fuerza, y jamás te he creído capaz de ello. Ya te dije, cuando rompí contigo, que era demasiado joven e inexperta para manejar a un hombre como tú. 


El misil que acababa de disparar había dado en el blanco. Paula sintió que Pedro se alejaba física y emocionalmente de ella. No deseaba herirlo, eso era lo último, pero si él volvía a tocarla, acabaría por comprender que todo era mentira, y entonces todo su mundo se vendría abajo. Paula habría hecho cualquier cosa con tal de evitarlo. Pedro se levantó de la cama.


—Por eso has elegido a un hombre al que poder despreciar. ¡No estás enamorada de Fernando! —exclamó él—. Lo que me preocupa ahora es que, cuando Balta crezca, se dará cuenta de que su madre es incapaz de amar como un adulto, y le echará la culpa. Puede que sea mejor que me quede yo con la entera custodia. Estaría solo, pero al menos no habría sido por mi elección. Balta podría perdonármelo fácilmente. Piénsalo… 

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